domingo, 20 de julio de 2008

De putos, traviesas, maricas y tortilleras


El modelo socioeconómico capitalista occidental organiza sus relaciones sociales sobre la base de la institución de la familia y el matrimonio. Por lo tanto, gays, lesbianas, travestis, trans y bisex no pueden encuadrarse dentro de dicha organización. En consecuencia, surgieron dispositivos de persecución hasta la negación de la otredad y la diferencia. El lenguaje fue fue uno de los vehículos de dominación más fuertes imprimiendo a las palabras que nos designan cargas peyorativas ancestrales. Así, somos putos, tortilleras, maricas, travas, invertidos, marimachos, etc.
La articulación del movimiento gltb en dispositivos militantes, como la marcha del orgullo y diversas organizaciones en todo mundo, ha logrado, sin embargo, notables reconocimientos sociales y civiles que llegan hasta el matrimonio pleno y la adopción. Pero también ha demostrado una conquista que nunca parece resolverse del todo, dejando espacio a una tensión fundamental de la problemática gltb. ¿Cómo son los modos de integración? Una nueva palabra “gay” recorrió el planeta luego de aquel Stonewall norteamericano y pareció instalarse como la nueva categoría del homosexual a nivel global. Pero cuando decimos gay, ¿qué decimos? Decimos alegre y también designamos a un homosexual que se autopercibe como tal y que funciona dentro del modelo social occidental. ¿Un gay debería “integrarse” a ese modo de organización social capitalista basado en instituciones como la familia?
Las palabras puto, marica, tortillera, marimacho, torta, trava y demás adjetivos descalificativos parecen ser mucho más injustos a la hora de designarnos. Pero ¿no se encuentra justamente ahí el espacio donde se demuestra que esa integración nunca es plena? Si asumimos estas palabras como propias contribuimos a repensar los modos en que se ha instalado lo queer en la sociedad y también encarnamos, en la forma de autopercibirnos, cuáles son las luchas y cruces que se producen a nivel social. Designarnos sólo como “alegres”, conlleva una imagen mucho más próxima a la del homosexual blanco, de clase media, con un buen pasar económico y que basa su integración a las sociedades capitalistas en la participación en un mercado que le ofrece espacios determinados de circulación y consumo.
Replantearnos las palabras será, luego, replantearnos la forma de construir nuestra identidad. Será también asumir la lucha como marca histórica de nuestro posicionamiento y también abrirá el espacio requerido para la búsqueda por un reconocimiento social que no se base en formas de integración impulsadas por estrategias de mercado.
Putos, maracas, tortilleras, travas, tortas, maricas, maricones, binormas, bomberos, camioneras, traviesas, invertidos, desviados, perversos entre otras son muchas de las posibles brechas que tenemos para reconstruirnos a la hora de repensar nuestra identidad colectiva.




Fuente de las imágenes: Homoxidal 500, Nº 1 & 2.

lunes, 14 de julio de 2008

Fotos viejas


Las fotos eran viejas, muy viejas. Algunas de hace más de 50 años. Y las caras eran otras. Posaban como si la foto fuera un verdadero evento, un logro de la técnica que no era tan usual conseguir. Las mujeres disponían sus afeites: maquillaje, peinados altos y hasta vestidos. Los hombres, gomina, algún que otro traje. Los niños de pantalones cortos, siempre. Y en la foto, como encerrado, el tiempo. El que de tan presente a veces se nos vuelve imperceptible y, sin embargo, está ahí impreso en los cuerpos que lo llevan como marcas, como historia.
Por momentos la foto parece congelada, como si no fuera real, como si esas personas nunca se hubieran movido, como si terminado ese instante no se hubieran sentado a comer o a dormir, como si esos cuerpos no hubieran latido en algún momento. Qué estaría pensando esa señora en ese momento? Se sentiría feliz?
Las fotos se suceden. Las caras pertenecen al pasado. Son caras que ya no están, historias que quedaron en el papel y en la memoria de algunos. Y las caras, muertas, muestran la propia historia, la transformación. El resultado final es el tiempo y la presencia implacable, escondida, entre rincones de ese miedo, el mayor que nos avisa que algún día sobreviviremos sólo en el papel.