domingo, 30 de marzo de 2008

El primer oasis: esas revistitas...


Todo me sonaba prohibido. La sordidez se correspondía con la soledad de sentirme el único en mi especie. Con una ceguera que hoy me resulta hasta sospechosa, puedo decir que durante años me había perdido todas las referencias que me pudieran acercar, aunque sea un poco, a eso que tanto necesitaba. Como si fuera lejano, distante, de otro mundo escuchaba cada tanto que los espacios gays existían, que no éramos ni dos, ni tres. Yo no sé si influye el haberme criado en un barrio y no en el centro, pero la cuestión es que todo a mi alrededor parecía ser familias de clase media, chicas que hacían dieta y miraban las telenovelas del momento y pibes que sólo se interesaban por jugar a la pelota.
En el medio de esa soledad, que era casi desesperanzada y que estaba plagada por verdaderos esfuerzos (casi todos inútiles) por intentar que no se note, empecé una pasantía laboral en pleno centro, allá por 1998. Como chico responsable que era (siempre impoluto en la escuela y con la tarea hecha), iba todos los días a trabajar y tomaba el tren en la estación Villa del Parque para bajar en Retiro y desde ahí subirme a la línea C del subte para llegar a la zona de Alsina y Bernardo de Irigoyen.
Embarcado en la casi despótica rutina cotidiana, no veía mucha más luz que la de un destino más o menos preestablecido y casi imposible de torcer, al menos en mi imaginario adolescente de entonces. Una de esas tardes, volviendo del laburo y casi sin querer, como de refilón, sin esperarlo y sin medir las consecuencias, miré a un costado (como si se hubiera corrido una anteojera) y vi en un puesto de revistas toda una sección dedicada a revistas porno gay. No eran las revistas en sí, no eran las imágenes eróticas de hombres que me llamaban como un imán, no era la utopía (que por supuesto no sucedió) de juntar coraje, parar y comprar una. Era toda una vida, era algo material, un papel impreso, gente involucrada, era un silencio que de repente mostraba algo que yo parecía no poder ver. Sudor frío, sensación de nervios, atracción inevitable y la necesidad de saber qué es lo que había ahí, cómo era, quién estaba, cómo se llegaba y, lo que es más complejo, como involucrarlo con mi vida. En algo tan poco significativo como un estante de revistas yo veía la síntesis de todo lo que nunca había podido encontrar, lo que nunca había podido tener. Era como si me llamara, a los gritos. Me interpelaba cada vez que pasaba, tarde a tarde.
Como ya dije, jamás pude parar a comprar ninguna. Detenerme hubiera sido inadmisible y ni hablar pronunciar alguna palabra inconveniente adelante de otra persona. El ritual de ese mes que duró la pasantía era pasar todos los días y bajar la marcha, caminar despacio, lo más lento que pudiera para mirar lo prohibido, para enterarme de lo más que pudiera, para confirmar que a un tren de casa, a 21 minutos, exactamente, había alguna referencia concreta de un mundo que había buscado incansablemente por años, que era como el colmo de la prohibición y que, tal vez, era más lejano en mi cabeza que en la vida real.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Punta Indio


La primera vez que viajé a Montevideo caminé unas cuadras desde Andes y Maldonado hacia la rambla y despacio paseé desde ahí hacia las playas de la zona de Pocitos y del Parque Rodó. La sorpresa fue mayúscula. Me quedé boquiabierto cuando crucé la avenida de la Costanera y vi que esa inmensidad que tenía enfrente era nada más ni nada menos que el Río de La Plata. Era como si nunca antes lo hubiera visto.
Por el contrario de Buenos Aires, en Montevideo toda la ciudad está mirando al río, conviviendo con él, entregándose a él en su lento ritmo aldeano. Ahí entendí ese dicho popular de que Buenos Aires está construida de espaldas al río. Yo sentí que no lo conocía, que el Río de La Plata sólo se puede justipreciar desde la vecina Montevideo. Buenos Aires ha ignorado empecinadamente a nuestro mar dulce, cuadras y cuadras hay que hacer para llegar a verlo (y menos que menos acceder a él).
Durante estos días de semana santa pude reparar un poco más esa deuda que tengo, como porteño, con el Río de La Plata. Encontrar algo de esa identidad que está guardada, como escondida bajo sus inmensas aguas marrones.
El pueblo de Punta Indio fue el lugar elegido para acercarme un poco más a lo que Buenos Aires tanto silencia. A menos de dos horas de la vorágine citadina se encuentra, como perdido, un pueblo de menos de 500 habitantes cuyas calles son de tierra y que tiene sólo una vereda de baldosas, lo demás pasto y árboles. Todo es verde ahí, por donde se lo mire. No hay negocios. Apenas una panadería en una punta, un almacén en la otra y una carnicería y un locutorio sobre la ruta. Es el único pueblo que conozco (al menos en la Argentina) que no tiene la estructura típica de la plaza, la municipalidad, la comisaría, la escuela y la catedral. Un pueblo totalmente sin estructura, como disperso.
Si salís a caminar no vas a poder mirar vidrieras, vas a ver laureles, casuarinas, totoras, sauces y árboles de todas las especies. Por el aire (cuya fragancia nos hace olvidar de cualquier problema que podamos haber arrastrado de la ciudad) vuelan pájaros de todos los tamaños y formas. Algunos insectos dan vueltas por ahí y tal vez alguna víbora perdida puede aparecer en el camino. El paisaje es rural: molinos de viento, tranqueras, animales de granja y todo en derredor árboles y más más árboles y arbustos.
Algunas playas pequeñas ofrecen acceso al viejo río olvidado por la city porteña. Por primera vez, habiendo nacido a sus orillas, pude mirarlo de frente y bañarme en sus aguas, al menos del lado argentino. Ya dijimos que nuestros hermanos uruguayos han hecho otra cosa con las aguas del plata.
En Punta Indio podés caminar por el verde, olvidarte del tránsito, re-conocer al Río de La Plata, ver cómo eran las playas porteñas en las que la gente se bañaba en los años 40 y 50, apreciar cómo sería la geografía de Buenos Aires si aquí en vez de totemizar los edificios se hubieran sacralizado los árboles.
Punta Indio ofrece una permanente comunicación con sus vecinos. Pasás por el almacén y el buen hombre que te atiende te lleva con el auto a la carnicería. Vas entrando a la casa de la gente como si hiciera años que estás ahí. Tempranito a la mañana, apenas te levantás, alguien palmea en las puertas de tu casa y, botella en mano, te acercás a la vaquita que ese día te va a convidar de su leche para el desayuno.
El turismo en Punta Indio es el placer de pisar el pasto, de la sombrita de los árboles en medio del calor húmedo. Es olvidarse por completo del asfalto (hasta la ruta 11 es de tierra ahí). Es nadar en las aguas que conocíamos sin conocer. Son los vecinos bien cerca, es el contacto entre las personas, es la tranquilidad tan necesaria y también es saber que esta modernidad cosmopolita que tanto parece que se lo devoró todo, aún nos deja lugares en los cuales encontrarnos con nosotros mismos.

viernes, 14 de marzo de 2008

La belleza


¡Qué fea es la belleza estandarizada!
¿Cómo a alguien se le puede ocurrir que puede resultar atractivo que todos nos veamos iguales?
Los cánones de belleza nos estandarizan, nos borran esas singularidades que nos identifican. ¿Qué es lo verdaderamente hermoso?
Filas y filas de flacas, rubias o morochas (pero blancas), con las tetas redondas, operadas, rígidas y artificiales. Todas vestidas más o menos parecido, o desvestidas más o menos parecido, da igual.
Galanes cursis, sin actitud para nada más que para carilindos, para fotitos de revistas pasatistas. Algunos y algunas son lindos, es verdad, pero sólo lindos. La belleza es otra cosa.
Cirugías plásticas que agreden la naturalidad de los rasgos, las expresiones genuinas, que suponen que sería interesante que todos tengamos la misma nariz, que se nos hinchen los labios para afuera. ¡Qué mal gusto! ¿Por qué una nariz grande tiene que considerarse fea? ¿Acaso no depende totalmente de cómo la luce aquel que la lleva?
La verdadera belleza es la de los seres únicos. Esos seres únicos y no estandarizados son los que logran instaurar un nuevo canon de belleza. ¡Esos son los imprescindibles!
La Coca Sarli es hermosa (porque lo sigue siendo!) porque ha sido única, porque tuvo las tetas que todas quisimos tener (sí, me incluyo). Joe Dallesandro, James Dean... hombres hermosos por su estilo, por su actitud, por no haber trabajado de lindos sino por ser lindos, por tener sex appeal.
Raffaella Carrá, Susana Giménez, Mirtha Legrand también son hermosas y también construyen estilo, modos de ser bellas que las identifican, cada una a su manera.
¡Qué diferente es ser lindo de ser hermoso! Seguramente Pampita o Pamela David nunca pasen a las páginas de los seres realmente bellos como Marilyn, como Marlene, como Sophia Loren como Jim Morrison, como Kurt Cobain, como John Lennon (que no necesitaba ser más carilindo de lo que era para ser precioso).

miércoles, 12 de marzo de 2008

La Santa Inquisición de cada día


La iglesia católica funda el derecho a la sexualidad basándose en la idea de la procreación. Todo acto sexual debe contemplar la posibilidad de la reproducción para ceñirse la ética de sexualidad eclesiástica. El matrimonio es el marco y la condición de posibilidad de esa procreación en tanto instaura el concepto institucional de familia. Admitir la posibilidad de que existan matrimonios de personas del mismo sexo implicaría cuestionar justamente ese eje sobre el que se apoya la ética católica. Dos hombres o dos mujeres cómo se pueden casar y ser considerados familia si nunca podrían procrearse? Es evidente que la integración de la homosexualidad en este concepto correría totalmente dicho eje e introduciría una nueva ética de la sexualidad al quitarle ese componente esencialista por reproductivo y también implicaría asumir el sexo desde una perspectiva cultural (es decir, como lo que es) corriendo el viejo oxímoron de la ley natural. El sexo dejaría de ser parte de las leyes de la creación divina (por eso la reproducción) y pasaría a ser parte de la creación humana (situación harto peligrosa por revolucionaria y por implicar un genuino ejercicio de la libertad).
Otra cuestión fundamental es que conllevaría la aceptación de actos tales como la masturbación (sí, está también prohibida. En la escuela primaria un cura me ha confesado preguntándome si me masturbaba para expiarme de tamaño pecado). Se deberían admitir también los métodos anticonceptivos (una de las formas más despiadadas de genocidio de la iglesia católica hoy en día). Otro tanto pasaría con el sexo pre y extramatrimonial.
Semejante revolución sería impensable para una institución que fundó su lógica represiva en la abominación del deseo y la sujeción del cuerpo a través de la culpa.
Si analizamos un poco la iconografía cristiana tenemos:

* Cristo que debe perder su cuerpo para elevarse a lo divino. Todo los hombres deben abominar sus cuerpos (la vida de Santo Domingo de Silos es un buen ejemplo de esto). La muerte siempre es bienvenida en función de que llegue el momento del ascenso espiritual porque para la iglesia carne y cuerpo es corrupción.

* Los dos modelos de mujer (misoginia a la orden del día) son bien claros. Por un lado el modelo virtuoso puesto en la Virgen y su imagen incorpórea. Personaje que no admite el sexo ni siquiera para la procreación. Eso la mantiene fuera de todo pecado.
El contramodelo puesto en Eva, mujer que lleva en su cuerpo la causa de todo mal. La expulsión del paraíso es producto del deseo del hombre (siempre sujeto!) sobre la mujer (siempre objeto!). El deseo del hombre es inspirado por la vileza de la carne femenina y eso hace que pierda su nobleza y virtud (Un texto bárbaro sobre esto es “Lo maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval” de Jacques Le Gof).

El cristianismo funda sus imágenes más fuertes sobre la configuración y la construcción del cuerpo, de un cuerpo que se silencia (María) y otro que debe morir para alcanzar la virtud (Cristo). Plantear la desregulación del control de los cuerpos, plantear el reconocimiento del amor y el ejercicio del deseo por el deseo mismo está lejos de ser una posibilidad para la iglesia que incansablemente tildará de enfermos a aquellos que se corran de sus modelos, con las consecuencias que eso trae para tod@s. Ese Dios que es todo amor es justamente en el amor donde más frenos pone. Todo amor en el cielo, nada de amor en la tierra.
El matrimonio, con sus pautas civiles, pone de manifiesto las normas para la regulación del amor. Sabemos que las iglesias y los estados nacionales siempre se han llevado bien (en algunos casos mejor que en otros) y también sabemos que si bien hay un movimiento de aceptación civil de los matrimonios gltb, todavía estamos lejos de mover del eje a la institución recalcitrante que tanto nos maltrata, cuya palabra es de gran y nociva incidecencia y que necesitamos comprender mejor para poder superarla, pensarla.
Toda mística es una convicción profunda y personal, pero que esa mística por la que cada uno se apasione y vibre no se vuelva funcional a una institución que ya nos dio sobradas muestras históricas de sus ideas.

“Dios me ha pedido un beso,
le acerco mi boca.
No besa, no toca.
Dios nunca ha besado,
siendo tan amado.”
(Gabo Ferro)

sábado, 1 de marzo de 2008

Leda Valladares y María Elena Walsh - Entre valles y quebradas I


Es un placer contribuir a la difusión de este maravilloso dúo y por eso voy a aportar mi granito de arena para que circule otro de sus discos. Éste es más difícil aún de conseguir que el anterior ya que nunca fue editado en CD. Estos audios están levantados directamente de vinilo por Hannes, colaborador del excelente sitio Cancioneros de trovadores.
Como si esto fuera poco, este disco fue un pedido del blog Canto nuevo para todos, que se está dedicando a armar una sección bien completa (y más que prometedora) de Leda y María.
Cuando presenté el volumen II de este disco dije que este dúo era un verdadero lujo interpretativo, por supuesto que ahora también voy a decir lo mismo. También voy a repetir que la textura rústica y hasta áspera o seca (al menos así la escucho yo) de la voz de Leda Valladares combinada con la dulzura, el brillo y el color de la voz de María Elena Walsh es lo que más me cautiva de este dúo. Si a eso le sumamos que se han dedicado a documentar y rescatar canto tradicional, canto anónimo, canto de originario de pueblo, entonces la gratificación es completa.
Sobre el disco en particular, que es de 1957, es poco lo que puedo decir porque para mí es un disco “nuevo”. Hace apenas un mes y medio que lo tengo y en el medio me fui de vacaciones, por lo tanto hoy no puedo jugar a ser crítico de discos. Sin embargo el vinilo trae en su contratapa un comentario acerca de cada canción, así que les recomiendo que lo lean al bajarlo para tener una data más completa sobre los temas.

Lista de temas:

01 – Baguala salteña del valle de Lerna (baguala)
02 – La cocinerita (cueca)
03 – La unitaria (zamba del salteño Gustavo “Cuchi” Leguizamón)
04 – Casi casi (bailecito)
05 – Viene clareando (zamba de Atahualpa Yupanqui y Segundo Aredes)
06 – Pobre de mí (vidala de los indios recogida por Leda y María en el valle de Las Estancias, Catamarca)
07 – Tuita la noche (kaluyo)
08 – Criollita santiagueña (Zamba de Atahualpa Yupanqui y Andrés Chazarreta)
09 – Baguala tucumana del Mollar (baguala)
10 – Chacarera de Tafí (chacarera)
11 – Tonadas o coplas
12 – Las obreras (pasacalle)

Bajar el disco