Lamentablemente la cuestión gltb solo tiene lugar en los intersticios de anonimato que propone la circulación urbana. En los pueblos, donde todo es espacio público y vida compartida, no hay lugar para la divergencia, puesto que el gran problema sigue siendo el reconocimiento social y político del otro.
En ambos casos, las vidas son tapadas, difuminadas y silenciadas. En las ciudades están disueltas entre las masas, que nos devoran casi inexorablemente y nos obligan a participar de los medios de comunicación y sus modos de pautar la verdad y el show business para poder conseguir visibilidad social. En los pueblos, el famoso secreto a voces trama una urdimbre de palabras entredichas que ocultan la existencia social de lo diferente. Salvo algunas excepciones, si por ejemplo alguna marica irreverente decide poner de manifiesto su putez, el precio suele ser tener el “placer" de transformarse en el culo "público" que utilizarán casi todos los machos del pueblo, al mejor estilo baño de estación de servicio. Y así se ratifica una vez más el poderío simbólico de la virilidad y se perpetúa un orden social vertical, reglamentado y machista. Ese puto no desacomoda las relaciones de poder en ese espacio de "convivencia" social.
La palabra sigue siendo una llave para abrir el debate público y, por lo tanto, las nociones de poder político. El lenguaje es un sistema de representaciones sociales que, como tal, es arbitrario y tendencioso. La opacidad del signo esconde formas cristalizadas que naturalizan lo que no es obvio ni está dado por ninguna providencia. Socializar el lenguaje es dotarlo de perspectivas históricas que den respuesta a las formas de relación humana y desentramar los mecanismos de poder ocultos en su interior. Desguasar la lengua ayuda a leer la historia a contrapelo y a liberar los potenciales revolucionarios, liberadores que surgen del reconocimiento de las propias limitaciones. Lo gltb es una cuestión de lenguaje que va desde lo indecible, hasta la suspensión entre las masas, o la obturación en los pueblos, con la opción de circular como una galería de freaks al servicio de los medios de comunicación y de la carcajada pública.
En ambos casos, las vidas son tapadas, difuminadas y silenciadas. En las ciudades están disueltas entre las masas, que nos devoran casi inexorablemente y nos obligan a participar de los medios de comunicación y sus modos de pautar la verdad y el show business para poder conseguir visibilidad social. En los pueblos, el famoso secreto a voces trama una urdimbre de palabras entredichas que ocultan la existencia social de lo diferente. Salvo algunas excepciones, si por ejemplo alguna marica irreverente decide poner de manifiesto su putez, el precio suele ser tener el “placer" de transformarse en el culo "público" que utilizarán casi todos los machos del pueblo, al mejor estilo baño de estación de servicio. Y así se ratifica una vez más el poderío simbólico de la virilidad y se perpetúa un orden social vertical, reglamentado y machista. Ese puto no desacomoda las relaciones de poder en ese espacio de "convivencia" social.
La palabra sigue siendo una llave para abrir el debate público y, por lo tanto, las nociones de poder político. El lenguaje es un sistema de representaciones sociales que, como tal, es arbitrario y tendencioso. La opacidad del signo esconde formas cristalizadas que naturalizan lo que no es obvio ni está dado por ninguna providencia. Socializar el lenguaje es dotarlo de perspectivas históricas que den respuesta a las formas de relación humana y desentramar los mecanismos de poder ocultos en su interior. Desguasar la lengua ayuda a leer la historia a contrapelo y a liberar los potenciales revolucionarios, liberadores que surgen del reconocimiento de las propias limitaciones. Lo gltb es una cuestión de lenguaje que va desde lo indecible, hasta la suspensión entre las masas, o la obturación en los pueblos, con la opción de circular como una galería de freaks al servicio de los medios de comunicación y de la carcajada pública.
Imagen: Fotografía "Multitud" de Misha Godin