domingo, 2 de noviembre de 2008

XVII Marcha del Orgullo



El sol estaba firme en el cielo de Buenos Aires. Parecía querer verlo todo, querer participar de la fiesta que se desarrollaba en la plaza. Es que miles de vidas, miles de historias, miles de cuerpos y sentires son demasiado para una sola tarde. Es que, además, los trajes que llevaban los más osados estaban hechos con tanto esmero y eran tan lindos, que el tiempo para disfrutarlos siempre parecía breve.
Una fila de camiones esperaba la salida de la marcha en la vereda opuesta a la catedral, que estaba protegida con creces por las fuerzas del "orden público", ese “orden” que cercena, discrimina y oprime la libertad y la felicidad de las personas. Pero la plaza toda era resistencia. Porque era vida y era toda color, porque era toda pueblo y estaba llena de miradas, de cruces, de saludos, de voces, de besos, de graffittis, de puestos de feria... Y era más colores, más y más colores...



Uno a uno los camiones inauguraron su paso ofreciendo sus consignas, sus propuestas, su música a todo volumen y sus ocasionales bailarines. La multitud avanzaba y se reacomodaba según sus preferencias rítmicas, según el pulso que quería latir esa tarde. Algunos iban directo a la música electrónica. Otros preferían la tamborileada de los grupos uruguayos o disfrutar de una banda de percusión y vientos que interpretaba en vivo cuartetos y música del Brasil.


Lentamente la marcha se desparramaba por la clásica Avenida de Mayo. El sol, que asomaba entre los viejos árboles, quería quedarse hasta el final, quería verlo todo, quería participar y estar ahí. Pero era tanta la gente, tantos los saltos, los gritos, los sudores... Era tanto lo que había que decir en palabras, con el cuerpo, con la mirada, con los colores que el día no era suficiente y la noche recibiría, indefectiblemente, su participación en la velada. Y fue cruzando la Avenida 9 de Julio donde me encontró la luna, mientras yo le sacaba fotos a la Eva Perón trans de la Agrupación de Putos Peronistas, mientras en su camioneta sonaba la consabida marcha. Y a lo lejos se veía gente que todavía estaba saliendo de la plaza y globos que volaban por el aire. Y escurrirse entre los camiones era sinónimo de encontrar otros climas, otras formas de bailar, distintas alegrías compartidas con caras extrañas, con caras conocidas, con amigos, con amor.


El escenario en la Plaza de los Dos Congresos lucía una versión gigante del afiche de la marcha. Daisy May Queen y Mosquito Sancinetto fueron los encargados de conducir un acto de cierre acotado, conciso. El tiempo justo para decir lo que era urgente, lo que era importante, lo que nos convocaba. La lectura de consignas y adhesiones abrió el juego y dio paso a los abucheos y los reconocimientos del año. Valeria Mazza por sus declaraciones homofóbicas y fascistas y por ser “modelo” de un canon de belleza excluyente y degradante para la mujer fue repudiada con la mayor vehemencia de la noche.
Dos números artísticos fueron suficientes para dar paso al cierre de la jornada de la mano de Leo García, que entonó los versos de “Puerto Pollensa” de Marilina Ross, entre otros temas de su autoría. La canción que, allá por 1982, instaló culturalmente la idea de visibilidad, fue coreada por miles de voces. Los gorditos de gafas siguen necesitando lentes. Miopes, son incapaces de ver el camino construido sin claudicaciones. La plaza, repleta de colores llamativos (esos que no pueden dejar de mirarse), ofrecía generosa: amor, dignidad, respeto e identidad.
La visibilidad es la convicción y el “Soy lo que soy” final volvió a ratificar que estamos acá, que seguimos caminando, creando, construyendo, trabajando y celebrando lo diverso entre las estrellas y los fuegos artificiales. Y “la actitud de identidad más definida”cobró sus trazos y se volvió reconocible en los pasos dibujados por nuestros pies, siempre ansiosos de futuro, siempre honrando la vida.