Mostrando entradas con la etiqueta Queer. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Queer. Mostrar todas las entradas

domingo, 6 de septiembre de 2009

Variaciones sobre lo público y la cuestión GLTB



Lamentablemente la cuestión gltb solo tiene lugar en los intersticios de anonimato que propone la circulación urbana. En los pueblos, donde todo es espacio público y vida compartida, no hay lugar para la divergencia, puesto que el gran problema sigue siendo el reconocimiento social y político del otro.
En ambos casos, las vidas son tapadas, difuminadas y silenciadas. En las ciudades están disueltas entre las masas, que nos devoran casi inexorablemente y nos obligan a participar de los medios de comunicación y sus modos de pautar la verdad y el show business para poder conseguir visibilidad social. En los pueblos, el famoso secreto a voces trama una urdimbre de palabras entredichas que ocultan la existencia social de lo diferente. Salvo algunas excepciones, si por ejemplo alguna marica irreverente decide poner de manifiesto su putez, el precio suele ser tener el “placer" de transformarse en el culo "público" que utilizarán casi todos los machos del pueblo, al mejor estilo baño de estación de servicio. Y así se ratifica una vez más el poderío simbólico de la virilidad y se perpetúa un orden social vertical, reglamentado y machista. Ese puto no desacomoda las relaciones de poder en ese espacio de "convivencia" social.
La palabra sigue siendo una llave para abrir el debate público y, por lo tanto, las nociones de poder político. El lenguaje es un sistema de representaciones sociales que, como tal, es arbitrario y tendencioso. La opacidad del signo esconde formas cristalizadas que naturalizan lo que no es obvio ni está dado por ninguna providencia. Socializar el lenguaje es dotarlo de perspectivas históricas que den respuesta a las formas de relación humana y desentramar los mecanismos de poder ocultos en su interior. Desguasar la lengua ayuda a leer la historia a contrapelo y a liberar los potenciales revolucionarios, liberadores que surgen del reconocimiento de las propias limitaciones. Lo gltb es una cuestión de lenguaje que va desde lo indecible, hasta la suspensión entre las masas, o la obturación en los pueblos, con la opción de circular como una galería de freaks al servicio de los medios de comunicación y de la carcajada pública.


Imagen: Fotografía "Multitud" de Misha Godin

sábado, 18 de julio de 2009

Quereme... tengo frío



La lluvia y el frío patagónicos parecían haberse conjurado en esa noche de enero. Truenos y relámpagos acentuaban la sensación amenazante del primer campamento, superada la etapa escolar. Una carpa iglú era la fina pero preciada diferencia entre la hostilidad de la intemperie, el agua y los miles de kilómetros de distancia de casa. Y allí dentro, nosotros tres, tratando de conciliar el sueño. Un amigo, ella y yo dispuestos según un orden prolijo, casi matemático. Ella en el medio y los varones, uno a cada lado, por si alguna actitud proteccionista nos fuera requerida.
Mis pies, inadecuados al espacio o como presagios del camino venidero o, tal vez, sumados al conjuro climático, presionaban los límites de la carpa. El agua fría empapó mis medias sucias y mi cuerpo no tardó en empezar a temblar. La impresión de que afuera todo era más difícil, sumada a algún resabio infantil del miedo a las tormentas y la certeza de un viaje ya empezado, me hicieron buscar calor en otros pies que me acompañaran. Los de ella eran los más cercanos.
Las paredes de tela de avión se encendían con los relámpagos y mi delgada bolsa de dormir no me reparaba bien del frío. Ella lo entendió y, quizás, por eso me invitó a su bolsa de dormir que era más grande, mullida y abrigada que la mía. Deseché las medias frías y apoyé la cabeza en su hombro. Su mentón, en mi frente. Nuestros corazones latían tan fuerte que eran casi audibles, de no ser porque la lluvia disfrazaba aquel tamborileo con su canto incesante. Un giro a la izquierda: mi mejilla contra su hombro, mi mano en su cintura, las piernas entrelazadas. A la derecha: sus pechos sobre mi brazo, su aliento en mi cuello. Su remera blanca de fino algodón marcaba otro límite. Y mi miedo a descorrer los velos era igual a mi necesidad de seguir el viaje, a pesar de la lluvia. Apenas una mirada por encima de su silueta alcanzó para comprobar que nuestro amigo dormía o, tal vez, era parte del conjuro. El recorrido, entonces, dejó a mis pies para otra ocasión y se entregó a mi mano que, guiada por un deseo imperativo, se apoderó de la suavidad de sus pechos. Y la humedad reapareció, pero ahora en su sexo y en el mío y en la saliva y en los susurros y en los jadeos contenidos. La noche se fue apagando entre devaneos y entregas. La mañana siguiente nos encontró a los tres uno al lado del otro. Pero ella dormía en un costado y yo en el medio y un poquito más cerca de él.

domingo, 2 de noviembre de 2008

XVII Marcha del Orgullo



El sol estaba firme en el cielo de Buenos Aires. Parecía querer verlo todo, querer participar de la fiesta que se desarrollaba en la plaza. Es que miles de vidas, miles de historias, miles de cuerpos y sentires son demasiado para una sola tarde. Es que, además, los trajes que llevaban los más osados estaban hechos con tanto esmero y eran tan lindos, que el tiempo para disfrutarlos siempre parecía breve.
Una fila de camiones esperaba la salida de la marcha en la vereda opuesta a la catedral, que estaba protegida con creces por las fuerzas del "orden público", ese “orden” que cercena, discrimina y oprime la libertad y la felicidad de las personas. Pero la plaza toda era resistencia. Porque era vida y era toda color, porque era toda pueblo y estaba llena de miradas, de cruces, de saludos, de voces, de besos, de graffittis, de puestos de feria... Y era más colores, más y más colores...



Uno a uno los camiones inauguraron su paso ofreciendo sus consignas, sus propuestas, su música a todo volumen y sus ocasionales bailarines. La multitud avanzaba y se reacomodaba según sus preferencias rítmicas, según el pulso que quería latir esa tarde. Algunos iban directo a la música electrónica. Otros preferían la tamborileada de los grupos uruguayos o disfrutar de una banda de percusión y vientos que interpretaba en vivo cuartetos y música del Brasil.


Lentamente la marcha se desparramaba por la clásica Avenida de Mayo. El sol, que asomaba entre los viejos árboles, quería quedarse hasta el final, quería verlo todo, quería participar y estar ahí. Pero era tanta la gente, tantos los saltos, los gritos, los sudores... Era tanto lo que había que decir en palabras, con el cuerpo, con la mirada, con los colores que el día no era suficiente y la noche recibiría, indefectiblemente, su participación en la velada. Y fue cruzando la Avenida 9 de Julio donde me encontró la luna, mientras yo le sacaba fotos a la Eva Perón trans de la Agrupación de Putos Peronistas, mientras en su camioneta sonaba la consabida marcha. Y a lo lejos se veía gente que todavía estaba saliendo de la plaza y globos que volaban por el aire. Y escurrirse entre los camiones era sinónimo de encontrar otros climas, otras formas de bailar, distintas alegrías compartidas con caras extrañas, con caras conocidas, con amigos, con amor.


El escenario en la Plaza de los Dos Congresos lucía una versión gigante del afiche de la marcha. Daisy May Queen y Mosquito Sancinetto fueron los encargados de conducir un acto de cierre acotado, conciso. El tiempo justo para decir lo que era urgente, lo que era importante, lo que nos convocaba. La lectura de consignas y adhesiones abrió el juego y dio paso a los abucheos y los reconocimientos del año. Valeria Mazza por sus declaraciones homofóbicas y fascistas y por ser “modelo” de un canon de belleza excluyente y degradante para la mujer fue repudiada con la mayor vehemencia de la noche.
Dos números artísticos fueron suficientes para dar paso al cierre de la jornada de la mano de Leo García, que entonó los versos de “Puerto Pollensa” de Marilina Ross, entre otros temas de su autoría. La canción que, allá por 1982, instaló culturalmente la idea de visibilidad, fue coreada por miles de voces. Los gorditos de gafas siguen necesitando lentes. Miopes, son incapaces de ver el camino construido sin claudicaciones. La plaza, repleta de colores llamativos (esos que no pueden dejar de mirarse), ofrecía generosa: amor, dignidad, respeto e identidad.
La visibilidad es la convicción y el “Soy lo que soy” final volvió a ratificar que estamos acá, que seguimos caminando, creando, construyendo, trabajando y celebrando lo diverso entre las estrellas y los fuegos artificiales. Y “la actitud de identidad más definida”cobró sus trazos y se volvió reconocible en los pasos dibujados por nuestros pies, siempre ansiosos de futuro, siempre honrando la vida.

lunes, 20 de octubre de 2008

¿Qué es la marcha del orgullo?


Es cuestión de atarse bien las zapatillas y salir caminando. Es dedicar una tarde en el año, tomarla, regalársela a uno mismo y a los demás. Es llenar las calles de vida. Es encontrarse con amigos, con gente querida. Es divertirse y ver las calles mucho más coloridas de lo que estamos acostumbradxs. Es respirar un aire mucho menos viciado. Es tomar conciencia de que el camino es difícil pero, también, es reconocer que es menos complicado de lo que unx cree mientras permanece encerradx. Es bailar y saltar por horas y horas. Es disfrutar la panorámica de los generosos cuerpos de las queridas travas. Es, sobre todo, un acto político y humanitario importante, fundamental. Es dejar un paso más atrás los descalificativos que nos dirigen día a día. Es darse cuenta de que si uno está feliz de lo que siente tiene sentido compartirlo con los demás. Es poner un poco de luz solar a algunas de las zonas más oscuras y tristes de nuestra persona. Es hacer que la plaza popular sea de todo el pueblo porque es construir pueblo, es ser pueblo y caminar con, por y para el pueblo. Es seguir bailando y gritar a viva voz. Es sacudir lo que pesa y alivianar las verdades. Es proponer otras voces y articular nuevas palabras. Es hacer justicia. Es construir ideas y cuerpos diferentes. Es cantar "Soy lo que soy" agarrados de las manos y sentir que miles de personas pueden sumar sus voces. Es abrir puertas. Es escribir la historia. Es emocionarse hasta las lágrimas, por risa o por llanto, pero hasta las lágrimas. Es sentirse acompañadx. Es una verdadera fiesta. Es una obra de miles que miran el futuro. Es una obra de miles que miran el pasado. Es un camino que voy a seguir andando. Es articular soledades y ser cada unx un ser diferente. Es volver a casa con nuevas preguntas en la cabeza, es decir, con nuevos motivos para seguir buscando. Es un buen beso en la boca de la gente más querida. Es todo lo que cada unx pueda ver, construir, pensar y sentir. Es todo lo que nuestra historia nos permita crear y creer. Es cuestión de tomarse el bondi y encontrarnos en Plaza de Mayo. Es cuestión de animarse, para comprobar que la sensación de libertad que se siente al estar ahí es mucho más fuerte que el miedo que te hacía mirarla por Crónica TV. Y es, también, seguir bailando porque, como dice la canción, “bailar es soñar con los pies".

domingo, 21 de septiembre de 2008

Marlene


Como perdido en el tiempo, como escondido en el espacio, un portón bien grande parece atrincherarlo del afuera y un pasillo en penumbras acentúa la distancia entre la calle y su corazón. Marlene parece estar por fuera de toda coordenada y, tal vez esa sea su mayor virtud, a la vez que su más acentuado problema. Un lugar definido por sí mismo, como resistiendo, definido por y para la identidad de su propia gente. Un lugar que, paradójicamente, adopta las formas de la invisibilidad lésbica, aunque se proponga lo contrario y luche por eso. Nada de entradas pomposas, casi sin gente en la puerta. Un timbrecito blanco es la vía de acceso. No parece la entrada de un boliche. No parece querer mostrarse como tal. No parece ser conciente de que se esconde.
Como pueblo chico que es, también es infierno grande y su destino parece ser siempre autorreferencial, como todo lugar casi familiar, si se quiere endogámico y atendido por sus propias dueñas, en un trato casi personalizado. Con clientas habitués y visitantes esporádicos.
La superproducción y la impostación no parecen ni pasarle cerca a Marlene. Mesitas sencillas, decorado austero, una lucecita que anuncia la llegada de las visitas se enciende cada vez que suena el timbre. La barra, poblada de algunos malevos que parecen tantear el territorio, tiene una reja negra, de esas de antes y es, tal vez, su decorado más ostentoso. Los grupos de chicas se suceden, se ubican, se reagrupan. Algunas parecen haber creado una moda de la antimoda. Camisas de jean con ribetes blancos, camperas de cuero con puño o zapatillas blancas cuyo talle 36 parece un 42, dibujan un paisaje de mujeres distintas, de mujeres no aggiornadas. Muchos rulos, algunos flequillos para las más señoritas. Una prolija raya al costado o un revuelto semi casual para las otras.
Muchas veces quise definir el concepto de “tortón patrio”, ese que aprendí antes de conocer al ambiente y no sé muy bien cómo, dónde ni cuándo lo escuché, pero sin embargo sabía perfectamente lo que significaba, sin poder explicarlo. Y hasta el día de hoy no he llegado a las palabras que me permitan escribirlo, pero sin dudas, Marlene es el mejor lugar para ensayarlo. Tortas de todos los colores y tamaños, de todos los estilos.
Siempre me gustaron los lugares de tortas y no sé por qué. Se me ocurre atribuirlo a sus antimodas, a los partidos de truco, a la lucecita que anuncia las visitas o a los partidos de metegol que se armaban en el entrepiso de Marlene hace unos años atrás (en la época en que las paredes estaban forradas de fotos de artistas gltb... extraño tanto esa decoración!). Seguramente lo que me convoca es la cumbia o la capacidad de su disc jockey de elegir pasar esa música que cualquier boliche que se precie de cool desdeñaría sin dudarlo (cuánto ha perdido Bach en este sentido!).
Siempre me gustaron los lugares de tortas, sí. Aunque para los putos que íbamos no fuera más que acercarnos literalmente para bailar o para acompañar a nuestras amigas. Y otra vez las virtudes de Marlene, otra vez las apariencias engañan. En este lugar que parece oscuro, la lucecita se vuelve a encender cuando llegan las visitas. Otra vez no todo es lo que parece y la paradoja de un portón casi muralla que es también una de las puertas más abiertas que he podido experimentar en un lugar para tortas. A los varones no nos hacen falta amigas mujeres que nos hagan las veces de pasaporte para poder entrar. Somos recibidos y bienvenidos por nosotros mismos, por estar ahí, por acercarnos a compartir y con una sonrisa. Lejos de perder la identidad lésbica, la presencia posible y real de varones no hace otra cosa que establecer que un otro no es necesariamente una amenaza y que el límite del respeto se marca con respeto. No es que no haya visto peleas en Marlene, no es que no haya sentido algunas miradas inquisidoras, es simplemente que la propuesta parte desde una perspectiva mucho más abierta y abarcativa. Y eso se nota, aún cuando para entrar al baño de varones tenga que pedir permiso porque está lleno de chicas y también por eso es justamente que se nota, porque por una vez hay un lugar que es para chicas en que el espacio les pertenece y donde mi especificidad de varón me ubica en otro lugar. Porque no es un sinsentido la presencia de un puto en un lugar para tortas, porque no es un sinsentido lo fraterno, porque no es un sinsentido el compañerismo, porque tampoco lo es el otro y el compartir y el conocerse. Porque vale la pena interactuar, porque está bueno bailar con una chica y que ella te guíe los pasos. Porque aunque me gustaría que no fuera necesario semejante portón, me importa mucho más saber que cada vez que llegue voy a iluminar el lugar, aunque sea mientras mi dedo esté presionando el timbre.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Puedes dejarte el conchero puesto


En un foro de debate e intercambio entre varones gays, un forista abrió el hilo de discusión: “¿Afeminados o masculinos? ¿Cómo te gustan?”. Con el consabido atractivo que ejercen sobre nosotros las opciones (siempre sin grises), muchos fuimos los que votamos. El total de votos, para ser exactos, fue de 526. Lo llamativo, en cambio, son los resultados. Un 96,96% de los foristas optó por los hombres masculinos, es decir, 510 personas, para ser exactos. Sólo 16 fueron los que votaron “afeminados”, representando un 3,04% del total.
La marcada diferencia entre las dos posibilidades entiendo que resulta representativa de una tendencia que es social y que se manifiesta, de este modo, en el colectivo gay: la violencia o fuerza coercitiva que ejerce la construcción del "macho", en un modelo social falocéntrico. Tal es así, que las distintas formas de poder son simbolizadas con la sugestiva forma de un cetro o una espada o la pluma (la que escribe, no la que se revolea).
La organización de nuestra realidad consiste en diversos planos como el político, el económico y las estructuras sociales, entre otros. Dichas estructuras, incluyen, además de los modos de relación (con sus consecuentes jerarquías), los diferentes pactos de significación y representación simbólica colectiva. Estos modos de significar construyen el poder y, a partir de ellos, éste funciona y ejerce su verdadera presión. El resultado es la naturalización de las categorías que impone. El propio significado (siempre una representación imaginaria) se borra a sí mismo. De este modo, construcciones que son sociales y potencialmente modificables, en tanto históricas, se vuelven inmutables.
La educación pública, nacida bajo el lema de la “libertad, igualdad, fraternidad” (ficción burguesa que nos daría a todos similares porciones del poder político, económico y social), es uno de los mecanismos más funcionales a la reproducción del orden imperante en sus distintos niveles. El aprendizaje de la organización política y económica y sus roles, instituciones y modus operandi se incluye en las currículas de Educación. ¿Pero qué pasa con las formas de la organización social? ¿Dónde se establecen esas relaciones de poder? "La familia es la base de la sociedad" repiten las maestras (casi siempre mujeres, claro). Y esa familia luego es dibujada por los niños en sus cuadernos de clases. Papá, mamá y los nenes. En algunos casos el perrito o el gato y la casita de fondo. Felicidad garantizada y el amor, siempre tan “universal”, garantizando las buenas intenciones de la educación.
¿Qué se esconde atrás de esas formas que aparecen en los esquemas de contenidos de la educación de manera tan insistente? La fijación de los distintos roles interpersonales parece materializarse en los garabatos infantiles. Papá maneja, trabaja, mantiene la casa. Mamá, en cambio, prepara la comida, mantiene todo limpio y mira, muy apasionada, telenovelas que apelaban a sus sentimientos y las formas de representación del amor, interés definido como femenino casi por unanimidad. Si bien algunas pautas de este modelo han ido cambiando en estos últimos tiempos, pareciera que, al menos, papá sigue manejando el mejor de los autos que hay en la familia (si hay más de uno) o que mamá usa el auto sólo cuando papá no lo necesita. Además, mamá mira sus novelas en la medida en que papá no haya llegado de trabajar y, siempre y cuando, no haya ningún partido de fútbol, que se impone inexorablemente sobre los gustos de cualquiera. El terreno del trabajo es un poco diferente. Mamá trabaja en casi todos los casos, a veces más que papá, porque, claro, todavía hoy en muchos trabajos a las mujeres se les paga un poquito menos que a los varones. El cambio de estas formas de poder y jerarquía social entre el hombre y la mujer que determinan el patriarcado es paulatino y el hombre no parece del todo dispuesto a entregar la carga de valor simbólico que lleva entre las piernas. ¡Para ser papá y para ser mamá hay que ser de una determinada manera! Y para ser dignos hijos de mamá y papá, ¡también!
La reproducción de los modelos de hombre y de mujer se ejerce y construye desde adentro de la familia. Los varones, luego de ostentar todo tipo de ropas celestes y azules, son anotados en escuelas de fútbol y demuestran sus “huevos” a través del deporte. "¡Qué salvajes estos chicos! ¡Qué vagos!". Las nenas, por el contrario, tienen inmediato acceso a todos los elementos necesarios para ser mamá: bebotes, ollitas de todos los tamaños y formas, kits para jugar a la maestra y un acceso más limitado a los deportes que, por supuesto, no incluye el fútbol. La formación de nenas y varones, con sus variantes, tuvo su basamento en las formas de la organización familiar. Esto logró cierta perpetuidad de estos modelos a través de las décadas, que sólo van variando a fuerza de lucha.
Si bien el gusto es, ante todo, una categoría subjetiva, está demostrado que hay también un entrenamiento y formación del mismo. No es producto de la “tan sensata naturaleza” el hecho de que a un gran porcentaje de las mujeres les “gusten” las novelas rosa. Tal es el caso de que al 99% de los hombres les "atraiga” tanto el fútbol. Es evidente que la educación y la exposición a determinado tipo de espacios favorece la “predilección” o, mejor dicho, construye una imposición bajo el sutil disfraz de lo "elegido".
Las significaciones sociales sobre un varón deseable o sobre una mujer deseable se enseñan a los niños desde bien chiquitos. Los cánones de belleza masculina (flaco, rubio, sin nariz grande, blanco, de ojos claros, canchero, hábil para el deporte) y femenina (muy flaca, bien rubia, nariz pequeña, blanca pero tostada por el sol, de ojos claros, canchera pero menos que él, poco hábil para el deporte) se incorporan de este modo. Luego los reproduciremos con iteración. Esto constituye la ficción más grande de nuestro sistema. Creemos elegir lo que nos viene impuesto. Asumimos como propias categorías que nos enseñaron como tales.
La imagen del gay y la lesbiana no responde a estas enseñanzas “tan bien” impartidas. La loca, tan femenina, a veces conventillera, torpe para el deporte, maltratada por los pares, sensible (aunque generalmente un poco víbora), no goza de la mejor reputación entre las formas de significación social. Nadie que haya aprendido bien lo que es un hombre "como Dios manda" o "como papá y mamá esperan" podría depositar su gusto en un especimen feminoide de estas características. La reproducción de este modelo entre los varones gay es una demostración contundente de homofobia interna. Homofobia aprendida, que ni siquiera se ve como tal. Frases como "para estar con una loca, entonces me voy con una mina" avalan estas afirmaciones. Los hombres son hombres "hechos y derechos" para el 96,96% de los varones gay. Nadie parece notar que si un hombre está "hecho" es porque entonces puede “hacerse” y, lo que es mejor, “deshacerse” o “rehacerse” o “inventarse” de mil modos. Nadie parece querer un “torcido”. Los perfiles de los usuarios de cualquier página de contacto entre varones gays (ratificando lo que pasa en el foro) insisten en buscar sexo “entre machos”, en tener “cero plumas” y, por si quedan dudas, autodefinirse como "onda nada que ver". Algo así como: "somos putos pero no somos putos", "somos putos pero lo queremos borrar a cero", "somos putos pero no nos bancamos ser putos", "somos putos pero mirá que somos hombres hechos y derechos", "por favor, somos putos pero no nos parecemos a esas locas abominables", "sí, ya sé que somos putos... pero te juramos que ni lo parecemos”, “somos putos pero no nos queda otra”.
Lo irreverente de ser puto o torta y que se note tiene que ver con poner en duda estos modelos tan fijos y tan instalados, incluso dentro del propio colectivo gay/les. Una propuesta muy interesante, en este sentido, es la que hacen las chicxs de la “Asociación Argentina de Chongos”. Haciendo gala de sus ganas de ser y manifestarse simplemente como les place, proponen revalorizar esas características que, puestas en una mujer, son desdeñadas sistemáticamente. Encontrarse con los propios costados masculinos y femeninos, en interacción y resignificados es fundamental para poder saberse un lindo varón que revolea las caderas al caminar, o saberse una linda mina que, en vez de revolear las caderas, tiene una notable cadencia en sus hombros. Cuando las chicas que así les plazca puedan ponerse las canilleras, tanto como los varones podamos llevar con orgullo los concheros, entonces estaremos proponiendo modelos más abiertos para desasirnos de una de las formas más crueles de sujeción (sino la más) de nuestra cultura.

domingo, 20 de julio de 2008

De putos, traviesas, maricas y tortilleras


El modelo socioeconómico capitalista occidental organiza sus relaciones sociales sobre la base de la institución de la familia y el matrimonio. Por lo tanto, gays, lesbianas, travestis, trans y bisex no pueden encuadrarse dentro de dicha organización. En consecuencia, surgieron dispositivos de persecución hasta la negación de la otredad y la diferencia. El lenguaje fue fue uno de los vehículos de dominación más fuertes imprimiendo a las palabras que nos designan cargas peyorativas ancestrales. Así, somos putos, tortilleras, maricas, travas, invertidos, marimachos, etc.
La articulación del movimiento gltb en dispositivos militantes, como la marcha del orgullo y diversas organizaciones en todo mundo, ha logrado, sin embargo, notables reconocimientos sociales y civiles que llegan hasta el matrimonio pleno y la adopción. Pero también ha demostrado una conquista que nunca parece resolverse del todo, dejando espacio a una tensión fundamental de la problemática gltb. ¿Cómo son los modos de integración? Una nueva palabra “gay” recorrió el planeta luego de aquel Stonewall norteamericano y pareció instalarse como la nueva categoría del homosexual a nivel global. Pero cuando decimos gay, ¿qué decimos? Decimos alegre y también designamos a un homosexual que se autopercibe como tal y que funciona dentro del modelo social occidental. ¿Un gay debería “integrarse” a ese modo de organización social capitalista basado en instituciones como la familia?
Las palabras puto, marica, tortillera, marimacho, torta, trava y demás adjetivos descalificativos parecen ser mucho más injustos a la hora de designarnos. Pero ¿no se encuentra justamente ahí el espacio donde se demuestra que esa integración nunca es plena? Si asumimos estas palabras como propias contribuimos a repensar los modos en que se ha instalado lo queer en la sociedad y también encarnamos, en la forma de autopercibirnos, cuáles son las luchas y cruces que se producen a nivel social. Designarnos sólo como “alegres”, conlleva una imagen mucho más próxima a la del homosexual blanco, de clase media, con un buen pasar económico y que basa su integración a las sociedades capitalistas en la participación en un mercado que le ofrece espacios determinados de circulación y consumo.
Replantearnos las palabras será, luego, replantearnos la forma de construir nuestra identidad. Será también asumir la lucha como marca histórica de nuestro posicionamiento y también abrirá el espacio requerido para la búsqueda por un reconocimiento social que no se base en formas de integración impulsadas por estrategias de mercado.
Putos, maracas, tortilleras, travas, tortas, maricas, maricones, binormas, bomberos, camioneras, traviesas, invertidos, desviados, perversos entre otras son muchas de las posibles brechas que tenemos para reconstruirnos a la hora de repensar nuestra identidad colectiva.




Fuente de las imágenes: Homoxidal 500, Nº 1 & 2.

martes, 17 de junio de 2008

La pura mentira


La imagen seleccionada pertenece a una pequeña cigarrera que estaba apoyada en la mesa de la casa de una amiga. Discutíamos por qué la idea de sexualidad y género era un problema político. Ese dibujo fue la base de mi argumentación para explicar la necesidad de intervención política en una problemática de índole histórico social. Como se ve en el dibujito, “la pura verdad” o “the simple truth” (haciendo eco de la dominación lingüística que corre por estos pagos) se presenta como una idea incuestionable y autónoma de lo que somos y lo que, como todo lo cierto, jamás cambia ni evoluciona.
La operatoria fundamental de las posturas conservadoras es inscribir los acontecimientos humanos como naturales. Es pensar que las conductas del hombre y la mujer responden a una suerte designio divino, postulado según una gramática inmanente. Las consecuencias principales de este pensamiento son la deshistorización y la deshumanización de los hechos y los posicionamientos. Todo aspecto concebido desde una postura tan esencialista impide cualquier tipo de intervención sobre el devenir, que conlleve un cuestionamiento de un orden, aparentemente fundado por una mano superior a la humana. El primer paso para pensar y reconstruir estos procedimientos es asumir que el humano es un ser natural en cuanto carne, un ser natural en cuanto muerte, un ser natural en cuanto aire, pero un ser social en tanto tiene nombre, en tanto piensa, en tanto tiene palabra, en tanto se organiza, en tanto ritualiza. Un ser social en tanto la concepción y la percepción de esa carne, en tanto la idea de esa muerte, en tanto el manejo de ese aire. El humano es un ser que comprende y piensa siempre desde alguna perspectiva, que no es más que producto de su propio imaginario y de las condiciones de su supervivencia. Todos los conceptos son sociales, siempre que el hombre mira hay representación sígnica del entorno y de sí mismo. Algo “tan natural” como ir al baño se transforma en un hecho social en tanto se estructura por toda una serie de convenciones que determinan cuestiones tales como la privacidad, el tabú o la negación de los olores, por citar un ejemplo.
El concepto de hombre y de mujer, que determinan las categorías de género más taxativas, son dos de las nociones más naturalizadas y por las que aún hay que franquear mucho camino para lograr desentrañarlas. La supuesta rudeza masculina o la sensitividad femenina son ejemplos de lo más cristalizados de estas categorías culturales que ejercen una fuerza coercitiva sobre las personas, justamente, por estar naturalizadas. “Los muchachos no lloran” y las mujeres “que vayan a lavar los platos” son el resultado de este constructo legitimado socialmente por generaciones y generaciones.
Diversas políticas determinan la distribución sexuada del poder y el ejercicio de la sexualidad. Las mismas son propuestas por los Estados, con la respectiva mano “derecha” de todas las religiones. Para las mujeres, entre la pecadora y tentada Eva y la virgen María, queda la negación del deseo hasta el matrimonio y luego la procreación “porque una mujer que no tiene hijos es una gallina que no pone huevos” (cita extraída de la película ‘Mercado de Abasto’). Los hombres, por el contrario, son víctimas/victimarios de la exacerbación de la carnalidad como único eje que motiva su accionar. La idealización del sentir de la mujer siempre deja por fuera su dimensión estrictamente carnal. Por el contrario, el hombre –siempre regido por sus instintos- queda negado de sus sentimientos. Esto genera un status quo que resulta la base fundamental de ese imaginario tan popular que, evidentemente, está evolucionando, pero no tanto como pareciera.
La construcción de la categoría “hombre” o “mujer”, como ya señalamos, se ha deshistorizado, dando dimensión biológica a aspectos sociales. No hay una correspondencia entre el sexo genital de la persona y su autopercepción. La atribución de los rasgos de conducta a la idea de macho o hembra implica desentender la capacidad de cada persona de autopercibirse y, en consecuencia, autopensarse y autopostularse, según el modo en que se simboliza. Tangos como “Lloro como una mujer” o “Maula” demuestran cabalmente estas operaciones culturales que fijan dichas posibilidades de autopercepción y generan diversos mecanismos de autodiscriminación frente al imperio de esa norma que, de tan invisible, nos hace creer que género es lo mismo que sexo y que nos enfrenta al travestismo o la transgeneridad como una forma de horror social que sigue siendo insoportable para muchas personas.

lunes, 2 de junio de 2008

Tengo un puto en la terraza

Finalizaba febrero y el calor porteño parecía obstinado en quedarse reinando en la ciudad por bastante tiempo más. Un viaje desde Mataderos a Pompeya representaba el desafío de unir dos puntos de la ciudad casi nunca frecuentados. Una noche tan oscura como calurosa era el telón de fondo de una aventura que se preanunciaba hasta con mapa. Con algunos traspiés de por medio, el punto de reunión funciona y la cita tiene lugar a las 23.30, en la estación Pompeya.
Ellos venían desde Rafael Castillo, bien adentro, en el oeste del conurbano bonaerense. Bajaron del Ferrocarril Belgrano y comenzó la “salida” compartiendo una pizza en la vereda con mi amigo y algunas de las tortas del equipo de fútbol femenino de Castillo. Chiste va, chiste viene, la charla fue más o menos la esperada. Ellas nos contaban sus pases de gol, los remates en el área, los torneos, la final con las de Berazategui y todo un variopinto de habilidades futbolísticas que las ponían muy orgullosas. Los dos putos, es decir mi amigo y yo, buscábamos el humor y aprovechábamos nuestras paupérrimas habilidades deportivas para hacer catarsis de antihéroes y contar nuestras anécdotas en el campo de juego, para reírnos de nosotros mismos. Terminamos la cena, nos fuimos a tomar el 9. Bondi azul, cartel blanco. En grandes letras negras decía “CARAZA” y era inevitable cantar una y otra vez esa cancioncita que fue famosa por un programa de TV argentino: “Ahora vivo en Caraza, tengo un puto en la terraza”. Y a eso íbamos en viaje bien adentro de la zona sur, a divertirnos en una fiesta gay de barrio. Pero no sólo a eso, además íbamos a desmoldar la idea de que las fiestas gays sólo son cuestión de la metrópoli. A repensar ese modelo tan irreal de que todos los putos son tan, tan “I'm so Madonna”. A recuperar algo mucho más interesante aún, un modo de resistencia en un medio un poco más hostil y menos anónimo que las calles de Buenos Aires. Y como si fuera poco a participar de algo que cada vez se logra menos, pero que sin embargo todavía está: una fiesta comunitaria. Es que la fiesta era en la casa de unos vecinos, qué te abrían las puertas generosamente, así, sin conocerte, con confianza. Si habías llegado era por el boca en boca, de amigo en amigo. Y ni siquiera se cobraba entrada, claro, sólo hacíamos una vaquita entre todos, 10 mangos por cabeza para el sonido y la bebida. Por supuesto que podíamos ir y abrir la heladera y simplemente servirnos. Nadie se conocía con nadie, pero todo era de todos. Y lo compartíamos. El espacio estaba dispuesto para estar juntos, para pasarla bien y para ser quien cada uno era, sin ofenderse, sin pretensiones, sin poses. Gente de todos los barrios, de todos los colores, de todos los géneros, de todos los pesos, de todas las sexualidades, pero con un denominador común: la mente abierta y ese espíritu de “pasé por lo del vecino y me quedé un ratito” que está casi extinto en las grandes ciudades.
Baile a más no poder. Todas las vertientes de la cumbia vibraron en esa pista, o mejor dicho patio. Algunas luces diseminadas demostraron las virtudes del celofán y un “telón” de fondo preanunciaba el momento más esperado de la noche, el broche de oro, “El show de Yésica”, que se anunciaba con una sábana pintada a mano. Yésica era algo así como una marica envuelta en trapos viejos, pero que se sentía Liza Minelli por una noche. Juntó a sus amigas locas y se armó su show con invitados, bailarines y todo. Y hasta hubo un cierre con fuegos artificiales.
La noche se iba, la claridad encontraba un patio que parecía no querer cederle el paso, que insistía con seguir viviendo esa noche de verano, esas horas compartidas, ese encuentro que, para algunos es moneda corriente, pero para otros es una forma alternativa de comunicarse, de construir, sin que medie el dinero y por las solas ganas. Esa entidad cada vez más abstracta a la que llamamos pueblo, ese día se convocó, se reunió, generó sus propias estrategias y dejó de lado los prejuicios, las distancias, los intereses y los miedos. Solo para encontrarse, para crear espacios. Y si bien yo no vivo en Caraza, como dice la canción, una parte de ella ahora está viva en mis recuerdos.




Programa: Todo por dos pesos
Ranking musical: Tengo un puto en la terraza

martes, 13 de mayo de 2008

La palabra urgente


“¡No me etiqueten! ¡No me encasillen! -dicen algunas personas- yo amo, nada más, depende de qué ser se me cruce”. Es cierto, no lo pongo en duda, no lo cuestiono tampoco ¿Cómo voy a cuestionar un sentimiento ajeno? Sin embargo me pregunto, ¿Es realmente encasillarse decir que uno es gay/les/bi/trans?
El closet es una forma de tabú, un silencio construido socialmente. Es una prisión sostenida sobre la imposibilidad de poner en palabras los sentimientos, el deseo y el amor.
Cuando uno analiza esto es preciso tener en cuenta dos conceptos fundamentales para discutir cualquier tema de dimensión política, como éste. ¿De qué hablamos cuando hablamos de lo público y lo privado?
La esfera de lo público, en una sociedad, representa todo tema que sea de interés común de toda la comunidad. Aquellos aspectos sobre los que se debe construir un consenso que debe manifestarse en el ejercicio político (sí, sí, utopías, pero así debería ser). La esfera de lo privado, por el contrario, corresponde al ámbito de las decisiones estrictamente personales y cuyo interés no recae en la comunidad. La exacerbación de lo público da lugar a la anulación de las decisiones personales y al control de la totalidad de los aspectos identitarios y por ende deviene en una dictadura. La exacerbación de lo privado da lugar a formas de individualismo y descompromiso con el otro.
¿Y por qué hacer público algo como la sexualidad o el deseo de uno, que parecieran pertenecer a la vida privada? Sin dudas que el desear es un discurrir que pasa por dentro de cada cuerpo y que eso no está sujeto a reglas, ni a etiquetas, ni siquiera se ata a palabras. Pero más allá del deseo, están las decisiones y políticas puntuales y específicas que exigen nuestra toma de posición. Imposibilidad de donar sangre, de heredarse, de casarse, de adoptar, de tener hijos, entre otras, son algunas manifestaciones legales concretas que tienen que ver con la construcción de una política determinada y sobre la que es necesario –y urgente- intervenir.
En una sociedad que silencia la homosexualidad, haciendo que todos tengamos que “decirlo” en algún momento de nuestras vidas, con las correspondientes consecuencias, proclamarse públicamente ¿¿¿puede significar etiquetarse??? ¿¿¿puede implicar ser encasillado??? ¡¡¡De ninguna manera!!! Es tomar posición política, es intervenir y sobre todo es aportar a construir y sumar palabras para la destrucción de una mordaza que lleva siglos.
Hay palabras que sujetan y hay palabras que liberan. Que hoy diga acá “Hola lector, yo soy gay” a mí me permite ubicarme, situarme y, desde ahí empezar a jugar, a participar. ¿A qué juego se juega sin posiciones? ¿Qué debate se puede proponer sin pronunciarse? Vuelvo a esa frase genial de Silvio: “ASUMIRSE LOS FUEROS ES NO DICTAMINARSE” y hoy decido participar, decido poner mi voz al servicio del otro y también apostar a que ser visibles puede ser un modo posible de vida, a que las abuelas pueden sentirse contentas de nuestras parejas... A que cuando niños nuestros padres nos dejen jugar con muñecas si así lo deseamos, a que no haya que seguir saliendo del closet porque lo fuimos desarmando entre todos.
La única forma de etiquetarse o encasillarse es, precisamente, asumiendo la ambigüedad y el silencio como una de esas “tantas maneras de no ser”.
Hoy una palabra me hace más fuerte y más feliz. Hoy puedo aportar y sé que somos muchos los que construimos desde donde podemos. Vamos a andar!


Autor: Miguel A. Vesco
Técnica: Acrílico
Medidas: 1,05m x 72cm
Año: 2007

viernes, 2 de mayo de 2008

¿Quién es el puto más puto acá?


Esa primera tarde de caminata con JUANPA17 (o Juan como me gusta decirle) nos llevó desde la Plaza San Martín, por Av. Santa Fe, hasta el Alto Palermo (unas dos horas). Como si él se divirtiera a costillas mías (y sin ser totalmente conciente de lo que me provocaba) Juan me señalaba a cuanta loca suelta anduviera pavoneándose por la calle. ¡¡Y eran muchas!! Podía pararse al lado mío Madame Butterfly que yo la veía como si fuese Sylvester Stallone o Rubén Peuchelle, para los locales. Cuando me avisaban que se trababa nada más ni nada menos que de una mariquita, iluso de mí, respondía un perplejo: “¿¿en serio??”.
Mi urgencia por ir a conocer un boliche era mucha. ¡Estaba ansioso! Ese viernes era la cita. Juan llevaría su novio de aquel entonces y yo a una amiga “paqui” (palabra ya casi en desuso que significa heterosexual en la jerga gay argentina). Llegado el día me vestí todo de negro, pasó mi amiga a buscarme por casa y salimos para el centro. Juan y Leo estaban en la esquina. Primero una caminata para conseguir tarjetas hizo las veces de una visión más acabada sobre lo que podía ser Santa Fe de noche. Había mariquitas con remeras puperas y cola parada para coleccionar. Iban y venían, yiraban. Empezaba a verlas.
A Oxen llegamos temprano. Yo conocía el boliche en su versión hétero “La France” pero igual era como si nunca lo hubiera pisado. Los nervios, las emociones, la ansiedad me tenían con el alma en vilo, no podría reconocer nada. Pasado el molinete de la entrada Juan me dice “esto es un beso gay” e irrumpe en su novio dándole un generoso beso de lengua. Nunca abrí tan grandes los ojos, no podía dejar de mirar.
Pasaban las horas y la gente iba llegando. Putos visiblemente manifiestos, gestos amanerados. En un rincón cuatro mariconas ensayaban el pasito del tema de moda. Pibes jóvenes y no tan jóvenes. Todos en un discurrir que les resultaba cotidiano y, entre ellos, yo que seguía mirando como tratando de entender, con algunos resabios de miedo, otros de homofobia que persistía en quedarse.
Entrada la noche suenan los latinos, siempre fueron los que más me gustaron, y Leo me agarra de las manos. Me saca a bailar. Era la primera vez que bailaba con otro hombre. No conforme con eso, decide llevarme y di varias vueltitas. No ganaba para sorpresas, pero todavía faltaba!
En rato más tarde bajan luces y música, todo parece detenerse para dar lugar a un show. Y así fue. Con toda la pompa y el esplendor sale, con toda su belleza, la Barby. Plumas, chistes (que hoy ya me sé de memoria) y el anuncio de que Oxen cumplía un año. Acto seguido el relato de anécdotas de la época de la dictadura cuando se bailaba en las islas del Tigre: “A valorar que un boliche gay cumpla un año” –dijo la Barby- y a mí me quedó grabado y la conquista de ese día me hacía sentir más fuerte. Entre gags idas y vueltas siguió todo, pero el broche de oro llegó cuando ella exclamó desde el escenario: “¡¿Quién es el puto más puto acá?!”. Más de mil voces al unísono gritaron: “¡¡YOOO!!”. No podía procesar más variables por ese día. Definitivamente ya no era el único.

jueves, 17 de abril de 2008

Voy hacia el fuego como la mariposa


Era marzo. Hacía calor. Cuando volví de Sampacho, Achiras y Moldes en Córdoba encontré que a la PC le habían puesto internet. Afilé los dientes.
El río había empezado a correr y –como dice Teresa- “no hay muro que detenga sus furores”. Apenas se hizo de noche y no hubo moros en la costa entré al viejo buscador “Altavista” (se usaba tanto allá por el 2000). Y lo primero que busqué fue “Gay”. Cualquier resultado que saliera parecía conmoverme totalmente. No había pulso que aguante el temor a ser descubierto, ni la ansiedad por lo que podía venir.
Alguna foto aparecía por ahí (quedaba estupefacto). Cuerpos de hombres más o menos estandarizados, con todos los músculos iguales y los genitales preparados para posar (jamás me gustó eso, pero en aquel entonces era maravilloso). Fueron noches continuadas de hacer el mismo recorrido. De “Altavista” al resultado número 3; al resultado número 9 y después apresuradamente, borrar historial, caché, archivos temporales de internet y todo aquello que pudiera implicar algún rastro de algo. Poco me faltaba para querer desfragmentar el disco después esa tamaña experiencia de cataclismo interior.
Era 1997 cuando mis primeros compañeros de la secundaria tuvieron internet y pasábamos noches enteras jugando por las salas de chat. Todavía recuerdo la energía contenida que me significaba ver la lista de salas y leer “Solo hombres”, “Solo mujeres”... Estaba a un clic de distancia. Pero era imposible! Estaban ellos ahí. No había cibers, al menos no en Villa del Parque. Entre esas noches de marzo del 2000 tomé revancha. Volví a Latinchat y me di el gusto. “Solo hombres” me estaba esperando.
La primera pregunta que hice después del “Hola” inicial fue “sos gay?”. Ante el “sí” que salía del otro lado de la pantalla, más nerviosismo (un poco obvia mi pregunta, no? Jeje... pero no podía creer que estaba casi llegando). Pasaron noches de charlar con colombianos, venezolanos, ecuatorianos y de quién sabe uno donde. Exactamente fueron doce noches. Se ve que los buscaba lejos para retrasar un poco lo que a esa altura parecía inevitable.
Empezó a hacerse vicio y ya la presencia del resto no condicionaba tanto... Una tarde, la del 20 de marzo, estaba libre. Me senté en la pc y fui directo al Latinchat que se venía ganando mis horas. “JUANPA17” estaba en la sala y –como yo tenía 19- le hablé. Debemos haber hablado cinco minutos, diez... no mucho más... Me dice que estaba en el centro, que si quería ir. Transpiré. Pulsé la tecla “capslock” y puse “SI”. Elegí mi remera violeta, un jean azul y me fui para Lavalle y Florida. Llegué casi corriendo para que no se le ocurra escaparse, o que no piense que lo iba a dejar plantado. Y entre medio de la gente lo vi, estaba sentado en una esquina, con mochila azul. Era la primera vez que podía reconocerme en un par. Otro que hablaba mi lenguaje frente a mí. Todavía somos amigos.

domingo, 30 de marzo de 2008

El primer oasis: esas revistitas...


Todo me sonaba prohibido. La sordidez se correspondía con la soledad de sentirme el único en mi especie. Con una ceguera que hoy me resulta hasta sospechosa, puedo decir que durante años me había perdido todas las referencias que me pudieran acercar, aunque sea un poco, a eso que tanto necesitaba. Como si fuera lejano, distante, de otro mundo escuchaba cada tanto que los espacios gays existían, que no éramos ni dos, ni tres. Yo no sé si influye el haberme criado en un barrio y no en el centro, pero la cuestión es que todo a mi alrededor parecía ser familias de clase media, chicas que hacían dieta y miraban las telenovelas del momento y pibes que sólo se interesaban por jugar a la pelota.
En el medio de esa soledad, que era casi desesperanzada y que estaba plagada por verdaderos esfuerzos (casi todos inútiles) por intentar que no se note, empecé una pasantía laboral en pleno centro, allá por 1998. Como chico responsable que era (siempre impoluto en la escuela y con la tarea hecha), iba todos los días a trabajar y tomaba el tren en la estación Villa del Parque para bajar en Retiro y desde ahí subirme a la línea C del subte para llegar a la zona de Alsina y Bernardo de Irigoyen.
Embarcado en la casi despótica rutina cotidiana, no veía mucha más luz que la de un destino más o menos preestablecido y casi imposible de torcer, al menos en mi imaginario adolescente de entonces. Una de esas tardes, volviendo del laburo y casi sin querer, como de refilón, sin esperarlo y sin medir las consecuencias, miré a un costado (como si se hubiera corrido una anteojera) y vi en un puesto de revistas toda una sección dedicada a revistas porno gay. No eran las revistas en sí, no eran las imágenes eróticas de hombres que me llamaban como un imán, no era la utopía (que por supuesto no sucedió) de juntar coraje, parar y comprar una. Era toda una vida, era algo material, un papel impreso, gente involucrada, era un silencio que de repente mostraba algo que yo parecía no poder ver. Sudor frío, sensación de nervios, atracción inevitable y la necesidad de saber qué es lo que había ahí, cómo era, quién estaba, cómo se llegaba y, lo que es más complejo, como involucrarlo con mi vida. En algo tan poco significativo como un estante de revistas yo veía la síntesis de todo lo que nunca había podido encontrar, lo que nunca había podido tener. Era como si me llamara, a los gritos. Me interpelaba cada vez que pasaba, tarde a tarde.
Como ya dije, jamás pude parar a comprar ninguna. Detenerme hubiera sido inadmisible y ni hablar pronunciar alguna palabra inconveniente adelante de otra persona. El ritual de ese mes que duró la pasantía era pasar todos los días y bajar la marcha, caminar despacio, lo más lento que pudiera para mirar lo prohibido, para enterarme de lo más que pudiera, para confirmar que a un tren de casa, a 21 minutos, exactamente, había alguna referencia concreta de un mundo que había buscado incansablemente por años, que era como el colmo de la prohibición y que, tal vez, era más lejano en mi cabeza que en la vida real.

miércoles, 12 de marzo de 2008

La Santa Inquisición de cada día


La iglesia católica funda el derecho a la sexualidad basándose en la idea de la procreación. Todo acto sexual debe contemplar la posibilidad de la reproducción para ceñirse la ética de sexualidad eclesiástica. El matrimonio es el marco y la condición de posibilidad de esa procreación en tanto instaura el concepto institucional de familia. Admitir la posibilidad de que existan matrimonios de personas del mismo sexo implicaría cuestionar justamente ese eje sobre el que se apoya la ética católica. Dos hombres o dos mujeres cómo se pueden casar y ser considerados familia si nunca podrían procrearse? Es evidente que la integración de la homosexualidad en este concepto correría totalmente dicho eje e introduciría una nueva ética de la sexualidad al quitarle ese componente esencialista por reproductivo y también implicaría asumir el sexo desde una perspectiva cultural (es decir, como lo que es) corriendo el viejo oxímoron de la ley natural. El sexo dejaría de ser parte de las leyes de la creación divina (por eso la reproducción) y pasaría a ser parte de la creación humana (situación harto peligrosa por revolucionaria y por implicar un genuino ejercicio de la libertad).
Otra cuestión fundamental es que conllevaría la aceptación de actos tales como la masturbación (sí, está también prohibida. En la escuela primaria un cura me ha confesado preguntándome si me masturbaba para expiarme de tamaño pecado). Se deberían admitir también los métodos anticonceptivos (una de las formas más despiadadas de genocidio de la iglesia católica hoy en día). Otro tanto pasaría con el sexo pre y extramatrimonial.
Semejante revolución sería impensable para una institución que fundó su lógica represiva en la abominación del deseo y la sujeción del cuerpo a través de la culpa.
Si analizamos un poco la iconografía cristiana tenemos:

* Cristo que debe perder su cuerpo para elevarse a lo divino. Todo los hombres deben abominar sus cuerpos (la vida de Santo Domingo de Silos es un buen ejemplo de esto). La muerte siempre es bienvenida en función de que llegue el momento del ascenso espiritual porque para la iglesia carne y cuerpo es corrupción.

* Los dos modelos de mujer (misoginia a la orden del día) son bien claros. Por un lado el modelo virtuoso puesto en la Virgen y su imagen incorpórea. Personaje que no admite el sexo ni siquiera para la procreación. Eso la mantiene fuera de todo pecado.
El contramodelo puesto en Eva, mujer que lleva en su cuerpo la causa de todo mal. La expulsión del paraíso es producto del deseo del hombre (siempre sujeto!) sobre la mujer (siempre objeto!). El deseo del hombre es inspirado por la vileza de la carne femenina y eso hace que pierda su nobleza y virtud (Un texto bárbaro sobre esto es “Lo maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval” de Jacques Le Gof).

El cristianismo funda sus imágenes más fuertes sobre la configuración y la construcción del cuerpo, de un cuerpo que se silencia (María) y otro que debe morir para alcanzar la virtud (Cristo). Plantear la desregulación del control de los cuerpos, plantear el reconocimiento del amor y el ejercicio del deseo por el deseo mismo está lejos de ser una posibilidad para la iglesia que incansablemente tildará de enfermos a aquellos que se corran de sus modelos, con las consecuencias que eso trae para tod@s. Ese Dios que es todo amor es justamente en el amor donde más frenos pone. Todo amor en el cielo, nada de amor en la tierra.
El matrimonio, con sus pautas civiles, pone de manifiesto las normas para la regulación del amor. Sabemos que las iglesias y los estados nacionales siempre se han llevado bien (en algunos casos mejor que en otros) y también sabemos que si bien hay un movimiento de aceptación civil de los matrimonios gltb, todavía estamos lejos de mover del eje a la institución recalcitrante que tanto nos maltrata, cuya palabra es de gran y nociva incidecencia y que necesitamos comprender mejor para poder superarla, pensarla.
Toda mística es una convicción profunda y personal, pero que esa mística por la que cada uno se apasione y vibre no se vuelva funcional a una institución que ya nos dio sobradas muestras históricas de sus ideas.

“Dios me ha pedido un beso,
le acerco mi boca.
No besa, no toca.
Dios nunca ha besado,
siendo tan amado.”
(Gabo Ferro)

domingo, 24 de febrero de 2008

Para el puto lo que es del puto


Todo más que bien con que todos estemos más abiertos, que todos seamos re freakys, posmos y la mar en coche, pero como dice la canción “asumirse los fueros es no dictaminarse” y hay cosas que para poder hacerlas hemos puesto cuerpo y alma. Hay momentos en que esta cultura light tiende a ocultar, a no hacerse cargo de las cosas valiéndose de un discurso por demás disperso.
Resulta que ahora podés vestirte de mujer, encamarte con otros tipos, participar de fiestas homoeróticas y todo simplemente llamándote “hétero flexible”. Eso es simplemente adornar con palabras para revista de tendencias lo que antes también se hacía y también es una forma de disolver las posibles consecuencias reales de hacer todo eso.
Yo sostengo que ser gay es algo que va mucho más lejos de acostarse con alguien. Es una construcción, algo que se forja desde la experiencia. Es una actitud de vida y todo lo demás. Pero digamos también que hay cuestiones que son específicas y que siempre tendieron a ser borradas, que se las ha silenciado obstinadamente. Callarse estas cosas o hacer un juego de palabras para no decirlas del todo no es una forma de complicidad?.
¿Qué pasa cuando un hombre hétero se acuesta con otro hombre y se autodenomina heteroflexible por no llamarse puto? Es comodidad?? Es miedo?? O es un simple tipo al que hoy le pintó el homoerotismo pero eso no determina una crisis de identidad?? Difícil de dilucidar el asunto. Yo por mi parte creo que los grises en estos terrenos es como dar rienda suelta a seguir creando zonas pantanosas en las que nadie es nadie. Es como una solución acomodaticia para tener los beneficios de pertenecer sin cargar con los problemas y responsabilidades de ser. Pareciera que da un poquito de miedo correrse el american dream que te asegura la casita y el auto a cambio de la papá y la mamá con los dos hijitos (preferentemente rubios). Papá y mamá siguen pesando tanto en nuestra cultura de hoy!
Yo no hablo de encasillarse, pero ¡ojo! porque una palabra bien dicha, a veces, es una única posibilidad de ser y de existir como tal. “Es una virtud, es dignidad y es la actitud de identidad más definida”.
Sería necio yo si no considerara también que las tan mentadas identidades GLTB ya necesitan revisión, que también están ya en peligro de ser estancas y, lo que es peor, funcionales al sistema. De todos modos creo que hay cuestiones específicas que necesitan ser aclaradas porque aportan un sentido constructivo y van despejando la complicidad al silenciamiento. Además, cómo cambiar algo si no se empieza asumiéndolo? Sólo siendo puto podré cambiar la putez.
Muchas veces me argumentaron que no es necesario ponerse un cartel que diga “Soy PUTO/ TORTA/ ETC.” No, claro que no pero sin embargo que eso no sea una buena excusa para no estar, para no comprometerse, para borrarse y para finalmente no existir.
Yo me pregunto, estos hétero flexibles comentan mientras juegan al fútbol que se chuparon una pija? O se lo guardan para sostener el status quo? Cómo construyen la flexibilidad? Con la tan mentada “discreción”? La valentía es mirar a la luz, salir a sol con la entereza de un semblante libre.
Como si todo esto fuera poco, horas y horas de reflexión, numerosas situaciones incómodas y más de un quilombo nos hemos ganado los putos para luego tener el privilegio de ser nosotros los que, cuando nos agarraba la loca, teníamos el privilegio (conseguido en buena ley) de ponernos una mini de brillos con tacos aguja. Pero ahora parece que es tan sencillo como andar en calzoncillos y cualquier hijo de vecino pulula con una estola de visón y después se va a jugar al fútbol como si nada, sin cuestionarse ni medio. Es tan sencillo? Andan cambiando boxers por tangas como si nada pasara?
Ojo con alivianar las cosas, que bastante peso específico tienen y sólo desde ese peso ESPECÍFICO se las puede considerar, pensar y manejar, es decir modificar para ser un poco más libres.

"En tiempos de crisis, tiempos de definición, la ambigüedad puede parecerse demasiado a la mentira"
(Eduardo Galeano)

jueves, 31 de enero de 2008

Marilina Ross - María canta el tango


Se viene otro disco emblemático. Esta vez es emblemático por tres razones, dos de índole musical y otra de índole afectiva. Las de índole musical son que es lo que más me gusta de todo lo que tengo de Marilina Ross. Me atrevería a decir que es su mejor faceta. Ojalá se hubiera dedicado más al tango. Otra es que gracias a este breve recital conocí tangos que no conocía y que ahora me encantan como “Soledad”, “Che, bandoneón” o “Yuyo verde”. También fue mi puerta de entrada a la obra de Eladia ya que me permitió enamorarme de “El corazón al sur” o “A un semejante”.
Todas estas razones musicales me convocan a postearlo, pero también hay una razón afectiva y es que me lo pidió Cheli y hacía como dos años que no la veía, pero que la quiero a ella y a su familia, la quiero y fue más que un gusto verla y ser recibido en su casa con el afecto de siempre. También me gusta comprobar que las veces que la veo siempre se arma como una complicidad de compartir cosas entre nosotros, de generar charlas interesantes. Como si los 23 años de diferencia de edad que tenemos no significaran más que la posibilidad de hablar con más profundidad aún de todos los temas.
Marilina Ross dio un recital en la vieja Casona del Conde de Palermo allá por 1995 que se llamó “María canta el tango”. De ese recital son estos audios. Por supuesto no fui yo quien los grabó. En aquella época, con mis 15 años recién cumplidos, apenas si sabía que Marilina cantaba “Honrar la vida”. La grabación la hizo Christian (amigo tocayo) y fue circulando de mano en mano mientras íbamos a los últimos recitales de María por el Condado, por Cañuelas, Campana, Sitges y todo otro recoveco donde ella asomara la nariz.
Al tiempo de llegar a mí se me hizo casi adicción escucharlo. Estuvo meses en el equipo, es que la Marilina interpreta como ninguna, qué querés??
Lamentablemente los audios no son buenos. Son audibles pero tienen una lluvia de fondo que, por más que luché cuerpo a cuerpo con el soundforge para sacarlo, no pude ni siquiera reducirlo. De todos modos les prometo que es audible y que lo que hay vale la pena… y con creces!
Las fotos con que armé la tapa y la contratapa me las pasó mi amiga Cheli y pertenecen al recital del que fue tomada la grabación, un lujo la coproducción!!
Cabe destacar del álbum los excelentes arreglos del maestro José Colángelo que acompaña a Marilina en piano y de Cacho Giannini que la acompaña en bandoneón.
Paso a hacer una exposición más detallada sobre los tangos que incluye:

Las cuarenta de Francisco Gorrindo y Roberto Grela

María lo cantó repetidas veces. Incluso salió editado en el CD del programa Letra y Música de Silvina Chediek. El tango retoma una frase del juego “Tute Cabrero” que es “Cantar las cuarenta” y se vale de ella para expresar las frustraciones de un hombre que regresa a su barrio luego de haber recorrido un mundo grotesco y vil.

El corazón al sur de Eladia Blázquez

Sin dudas el tango más emblemático de Eladia. Ella contó que cada mañana cuando abría la ventana de su cuarto se daba cuenta de que estaba inclinada en la misma dirección. Un día reflexionó hacia donde miraba en esa dirección y era al sur, hacia Avellaneda, su barrio natal.
Siempre es un lujo escuchar la interpretación de Marilina de las obras de Eladia y este tango no podía faltar…

Yuyo verde de Homero Expósito y Domingo Federico

Llora Marilina la pérdida de un amor en algún callejón del barrio en una interpretación brillante de este tango que se proclama entre las mejores del disco.

Cautivo de Luis Rubistein y Egidio Pittaluga

“Este tango lo aprendí a cantar por Sergio Renán”… Comenta Marilina antes de empezar… Ni el título conoce, ella lo llama “Prisionero”, pero su verdadero título es “Cautivo”. Narra un metejón que la lleva a Marilina a los amores imposibles de su adolescencia.

Nada de Horacio Sanguinetti y José Dames

Apenas un breve fragmento… una respuesta veloz a un pedido del público. Alcanza para compartir, como si fuera entre amigos, este tangazo que Julio Sosa cantó como nadie.

Soledad de Carlos Gardel y Alfredo Lepera

Alto dramatismo interpretativo y manejo de las intensidades para cantar este brillante tango de Carlitos Gardel y Lepera.

Los mareados de Enrique Cadícamo y Juan Carlos Cobián

Personalmente la versión que hizo de este tango no es de lo que más me gusta del álbum. No es que lo cante mal, pero hay algo que no termina de llegarme, al menos a mí.

Che, bandoneón de Homero Manzi y Aníbal Troilo

Punto alto del disco. Interpretación muy profunda, de las mejores que le escuché a María para una letra genial, como todas las de Homero Manzi.

Qué vachaché de Enrique Santos Discépolo

Clásico del repertorio de Tita Merello que dibuja con genialidad el mundo grotesco a través de la pluma de Discépolo. Interpretación casi opuesta a la del tango anterior, lo que muestra la ductilidad de Marilina como cantante.

Discepolín de Homero Manzi y Aníbal Troilo

Recitado de esta letra dedicada al viejo Discepolín cuando Manzi estaba en los umbrales de la muerte… como un ajuste de cuentas, como dos amigos que llegan al final y ven sus empates con la vida…

Tormenta de Enrique Santos Discépolo

Genial letra que reclama a Dios sus ausencias en un mundo tan denigrado. Un último sentido de verdad que está a punto de caer y un mundo que tambalea y deja al personaje en el desamparo total de vivir. Una interpretación acorde con la profundidad existencial de los planteos de la poesía y el dramatismo de la música.

A un semejante de Eladia Blázquez

Otro clásico de Eladia que brilla en la voz de Marilina. El otro, el reconocimiento de nuestros hermanos en nuestros dolores y nuestras esperanzas.

Lista de temas:

01 - Las cuarenta (Francisco Gorrindo - Roberto Grela)
02 - El corazón al sur (Eladia Blázquez)
03 - Yuyo verde (Homero Expósito - Domingo Federico)
04 - Cautivo (Luis Rubistein - Egidio Pittaluga)
05 - Nada (Horacio Sanguinetti - José Dames)
06 - Soledad (Carlos Gardel - Alfredo Lepera)
07 - Los mareados (Enrique Cadícamo - Juan Carlos Cobián)
08 - Che, bandoneón (Homero Manzi - Aníbal Troilo)
09 - Qué vachaché (Enrique Santos Discépolo)
10 - Discepolín (Homero Manzi y Aníbal Troilo)
11 - Tormenta (Enrique Santos Discépolo)
12 - A un semejante (Eladia Blázquez)

Bajar el disco

viernes, 18 de enero de 2008

Yo, dueña de la noche


Hay marcas que son imborrables, claro. Era una fuerza, unas ganas, un espíritu. Como si fuera un amanecer, una suerte de primavera democrática conmigo mismo. Si había algo que signaba esos días y, sobre todo, esas noches era una voracidad de mundo, de calle. Yo quería ser profesional en nocturnidad, quería conocer cada esquina, cada vereda. Recién salido del barrio natal (en el sentido más profundo de la palabra salir), también había salido del closet (que gráfico, no?). El arribo al centro no era un detalle. Es el único otro espacio de la capital, junto a Villa del Parque, en que estoy en casa, absolutamente en casa.
La cuestión era el exceso, el desborde, el más allá del límite, el intersticio que todavía no había descubierto y era un enigma para mis recién llegados veinte años.
No quedó plaza en que no haya abierto con los dientes una caja de uvita blanco dulce (hoy intomable para mí, pero me encanta haberlo hecho en su momento). Recuerdo las épocas en que en Bach (a donde alternaba mis salidas con Sitges de miércoles a domingo, semana tras semana) no te daban ficha de entrada y salida. Entonces íbamos, bailábamos y como no teníamos guita para consumir, salíamos a tomar el tetra a la vuelta del boliche y después volvíamos. Mucho reviente, sí. Conozco todas las terminales de los colectivos de “dormir” (léase yacer) en los asientos.
Sin embargo, en ese cruce de límites también se albergaba la esperanza de algo nuevo. Multiplicar era la tarea! Y lo familiar sabía a poco.
El mundo nuevo era todo misterio. Había millones de lugares por descubrir, millones de personas por conocer.
Angel’s tenía esa onda “furgón del San Martín” que era evidentemente interesante e invitadora, aún me cautiva las veces que voy y su música cumbia pachanga me seduce mucho.
Bach, el bolichito tranqui, con muchas tortas amigas con las que tomaba vino tinto hablando de música o haciéndoles gancho con alguna otra torta y escuchando como me relataban sus partidos de fútbol. También había putos afines porque el lugar no fue, no es, ni será en absoluto fashion, por más que ahora así lo pretenda.
Oxen fue el primer boliche, muy “I’m so Madonna” para mi perfil tan “León Gieco”, pero igual me partió la cabeza la primera vez que entré (ya habrá un post exclusivo de eso).
Sitges, era más mi parte maricona (aunque levantaba más en Bach). Las noches de Sitges eran para bailar en el escenario, para conocer a los quichientos mil putos que daban vueltas por ahí, para ir después a la Estación de Servicios “Sol” donde se juntaba un reguero de torta, puto y trava que daba un resultado bizarrísimo cuando se mezclaba con los tacheros que paraban ahí.
Marlene, mi querido Marlene. Tortones Patrios de Ley (sí, todo con mayúsculas)! Pachanga bien entendida. Pochi cortando la música para parar peleas con el micrófono, todo un fuego! Recuerdo las fotos de artistas queers que ilustraban sus paredes. Ahora las sacaron, pero en honor a eso mi sección “What else should I say, every one is gay” donde desfilarán algunos de ellos.
Amérika nunca fue santo de devoción, aunque debo reconocer que ahí transé por primera vez con un chico (y algunas cosas más). La canilla libre siempre fue convocante, pero ni así me enamoraba.
Cero consecuencia, si bien vino bastante después es un lugar simpático, lo elijo si tengo que pasear ahora por ahí y no vuelvo a mi querido Bach.
Mucho recorrido, mucho andar, cero pesos en esos momentos. Hacer artilugios para conseguir que alguien me cambie la ficha del boliche para ahorrarme los dos pesos y poder volver al día siguiente. Caminar 40 cuadras para no gastar 80 guitas en el bondi, que gran placer! Nunca fui tan dueño de las calles, tan dueño de las noches!
A pesar de muchas cosas jodidas que andaban por esos momentos, no hay forma de que el recuerdo no traiga sonrisas, muchas, una detrás de la otra.
Ahora “voy tratando de crecer y no de sentar cabeza” pero a veces me doy cuenta de que siento cabeza, y vuelvo por un rato. Ya es más ajeno todo. Ahora conocer a los mozos, los barman y los habitués de los boliches ya no tiene tanto sentido. Pasa un poco como en el tango “Acquaforte”: “Hoy puedo ya mirar con mucha pena, lo que otros tiempos miré con ilusión”. Es el paso del tiempo, el cambio en la perspectiva y eso es bueno que sea así, de algún modo.
Ahora voy de vez en cuando y todavía me encuentro con gente de aquel entonces. Me gusta que así sea. También disfruto de haber visto tantos cuadros de transformismo de la Solá, la Divina Bijou, la Liza, Walter Soares, la Guadalupe, la Lynch… uf! Cuanto y creo que no lo supe apreciar bien, sin embargo me enorgullece saber que cuando quise conocer este mundo lo encaré por ese lado, por la manifestación de la belleza.
Cada vez que salgo de Buenos Aires siento esa avidez por recorrer el circuito gay del lugar donde vaya (Rosario es la ciudad que mejor lo sabe). Me resulta cautivante saber todo un recorrido nuevo por hacer y descubrir la forma de ampliar ese mapa que un día se desplegó para aprender a sentir, a querer.
Que bueno seguir teniendo ganas! Que bueno haberme acelerado! Que bueno que me haya tirado en tantas plazas y esquinas de la ciudad con mi cajita de vino! Como dice Luis Eduardo Aute: “Reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo”…


TODAVÍA ME EMOCIONAN CIERTAS VOCES…

domingo, 6 de enero de 2008

Mi doble rol

Hace un tiempo una amiga me dijo que yo no me largaba a cantar porque no sabía si quería ser como Silvio Rodríguez o como Valeria Lynch. Cuánta razón que tiene!!! En cuanto me brota la canción comprometida, poética y testimonial que describe lo profundo de la vida, empiezan a vibrar los ovarios en forma de grito de mujer desesperada, demostrando que también son muy profundos (ver post Fiebre uterina).
En esta síntesis que nunca se termina de concretar, mi amiga me señala este video que es como un abrazo conmigo mismo, son como mis dos caras estéticas que se encuentran y se abrazan... y, como si fuera poco, se gustan y se seducen. Un lujo este video, lástima que la canción que canta no es la que más me gusta, pero sirve para ejemplificar lo que quiero decir.




miércoles, 5 de diciembre de 2007

El muerto se fue de rumba


La interacción con los amig@s, los padres, los vecin@s, los compañer@s de trabajo y con la sociedad toda, exige que cada uno de nosotros establezca un lugar desde donde abordar al otro, desde donde posicionarse, afianzarse y participar de ese devenir cotidiano al que simplemente llamamos vida. Esos lugares que cada uno construye responden a las demandas sociales que se encuadran en esa interacción. Es así que deben brindarnos la posibilidad concreta de establecer vínculos sostenibles con todos aquellos con los que cada uno se quiera relacionar. Esos lugares, que son lugares comunes (por pautados y por sociales), son los que determinan la identidad o posicionamiento como “ente” identificable, único e irrepetible de cada uno de nosotros en el medio que nos rodea. Estos lugares comunes, están construidos según determinadas pautas legitimadas socialmente que cada sujeto debe seguir en función de detentar una identidad que el colectivo social abordará como legítima, verdadera, valiosa, sana, normal, respetable, entre otras.
La posibilidad de discurrir como subjetividades deseantes, múltiples, diversas queda frustrada en tanto cada sujeto se enfrenta con la necesidad de pertenecer a una inmensa mayoría que con una voracidad insospechada devora las particularidades de cada sujeto en función de la construcción de un patrón de identidades posibles. Este proceso de adaptación, de subyugación y de diferencias borradas, implica necesariamente esconder todo aquello que no responda a las normas sociales imperantes. En ese acto de esconder, es que se constituye la idea de un closet o armario en que se guarda todo aquello de uno que no es socialmente mostrable, pronunciable, aceptable y por lo tanto no pasible de hacer circular y poner de manifiesto como potencialidad creadora y generadora de crecimiento.
Ahora bien, ¿por qué pensar específicamente en un placard o armario? Es parte del folklore popular el dicho “Todos tenemos un muerto en el placard”, entonces podemos pensar a ese muerto como aquella identidad a la que no hemos dejado vivir por responder al “deber ser” impuesto por la sociedad en que vivimos. Ese muerto, eso que tenemos guardado o escondido es la representación de lo sórdido, es lo que está signado por la dupla prohibición – castigo, lo indecente y moralmente peligroso, y por lo tanto lo que excluye y margina al sujeto en cuestión. Debemos considerar que existe sociedad en la medida en que existe simbología, representación sígnica de la realidad y consenso a partir de ello, como acto fundacional de la cultura. En este sentido, debemos tener en cuenta que la valoración negativa de un conjunto determinado de modos de ser, situarse o ejercer el deseo, instrumentada desde la palabra, tiene un alcance fundamental e intrínseco en el sujeto ya que la palabra es el acto constitutivo primero del sujeto como tal. Entonces, si la palabra es un acto constitutivo de mundo posible, la palabra negada es la palabra imposible y en consecuencia el mundo que no se puede vivir. La posibilidad de abrir el placard, es decir de mostrar el mundo oculto, dependerá de la palabra, de decir lo impronunciable, y en ese sentido es un acto de transformación radical del mundo, transforma el mundo imposible en posible y, por lo tanto, es un acto fundacional en sí mismo.
Asumir el riesgo de incidir en la realidad a través de la enunciación es prácticamente una tarea cuasi titánica, pero posible. Hay que luchar cuerpo a cuerpo contra miedos, frustraciones, desvalorizaciones, (auto)mentiras, palabras que resuenan negativamente y que, para peor, muchas veces fueron pronunciadas por nuestros seres más queridos y entrañables. Toda una historia de imposibilidades y sueños más o menos realizados confluyen como empujes y contrapesos que simultáneamente invitan y rechazan que, como un volcán, la palabra erupcione urgente e impostergable.
El “coming out” es el acto de apertura de ese placard, es la pronunciación, es la constitución del nuevo sujeto. Este concepto proviene de la voz inglesa “come out of the closet” que en castellano se traduce como “salir del armario”. La apertura de ese closet es lo que nos interesa pensar, ya sea desde los alcances que tiene, como de las posibilidades de ser concretada en la sociedad en la que vivimos actualmente.
Retomando el movimiento de apertura del armario, considero importante señalar que la pronunciación y apropiación de lo negativo conlleva la transformación de la carga valorativa puesta sobre lo antes oculto en el placard, positivándolo. Al cambiar dicha carga se construye otra realidad y por ende el sujeto funciona socialmente desde otro posicionamiento y pone en crisis los lugares comunes al ejercer lo imposible, lo nefando, es decir lo que no se enuncia y lo que da repugnancia. La construcción de nuevas realidades, el nuevo espectro de posibilidades ponen al sujeto como actor de sus propias circunstancias y sucesos y por lo tanto dotan de vida al muerto del armario, que ahora comienza a vivir como un sujeto deseante. Nuestro muerto empieza a ver la luz, la explora, decide, superó la clandestinidad. Ya no está quieto, ahora camina, baila. Nuestro muerto se fue de rumba diría la canción. Este muerto ya no está estanco, podrido, ni lleno de moscas. Ahora opera sobre la realidad, va con su música por todas partes y deambula por la calle entre la gente. Nuestro muerto ya tiene vida.
En esta idea de movimiento, es muy interesante y conviene acotar, en función de pensarla con mayor detenimiento, que “Coming out” es un gerundio, es decir una acción en transcurso, un discurrir en el tiempo. De este modo es que el tránsito de lo oculto, transformando la realidad, se plantea como infinito ya que se reactualiza con cada persona o ámbito nuevo en que interactuamos.
El coming out de un sujeto conlleva que al contacto con el otro ya sea amig@, familiar, compañer@ de trabajo, etc. éste último deba poner en cuestionamiento sus prejuicios, valoraciones y miradas sobre lo diferente que implican una desestabilización de lo preestablecido. Esto es así ya que en el acto mismo de la enunciación cada vez que se dice “yo” entonces se postula un “tú” y un “él” que existen sólo en función de esa primera persona. De ahí se desprende que cada vez que “yo” se transforme necesariamente deberán hacerlo “tú” y “él”.
Como dijimos anteriormente, son muchas las pautas legitimadas socialmente que cada persona debe cumplir si quiere acceder a ciertos “beneficios” que ofrece nuestra sociedad a cambio. Así, ser heterosexual, o sea preferir a personas del sexo opuesto, es una de las características de lo que se conoce como “Héteronorma”. La héteronorma implica no sólo ser heterosexual, sino también la manera de comportarse. Así, para acceder a los beneficios civiles del matrimonio además de elegir a alguien del sexo opuesto, hay que prometerle fidelidad, convivencia, descendencia, amor eterno, etc. Es decir hay que acogerse (¿o no cogerse?) a las reglas que implican hacer del amor y su discurrir una institución, que como tal es fija. Poder reflexionar estas cuestiones y confrontarlas con la realidad deseante de cualquier sujeto implica ver que los armarios donde guardar la subjetividad identitaria son muchos y cada puerta que se presenta requiere ser abierta con mayor o menor facilidad. Esto hace del coming out un proceso ad infinitum, es esa necesidad de no estancarse, sino de afianzarse, de no detenerse, sino de avanzar.
Sería incorrecto dejar de lado que este proceso, este paso hacia una instancia de circulación social desconocida suele venir acompañada de complicaciones relacionadas con los espacios de sociabilidad del sujeto en cuestión. La soledad como amenaza y la falta de actores que sirvan de soporte o sostén frente al peso del cambio, a través de grupos de contención y pertenencia son dos variables generalmente presentes en este tránsito. Es amenazante la aparente fragilidad del yo frente a la coacción del colectivo social, frente al peso del hecho social.
Si tomamos la salida del closet en nuestra sociedad actual, aparecen diversas y novedosas variables que hasta hace unos años eran impensadas. En primer lugar, el auge de internet posibilita un acceso a la información antes inédito. Esto permite que un adolescente utilizando cualquier buscador o sala de chat ya puede estar en contacto con iguales, aunque sea virtualmente. Así, también se facilita la posibilidad de conseguir direcciones de lugares adonde acercarse a buscar información o conocer gente.
No se puede ignorar tampoco que nuestra sociedad “light” superficialmente es más permisiva con las parejas del mismo sexo, ya no tanto con las travestis o trans. Así, ya no es tan raro ver hombres o mujeres besándose en tv en horarios centrales, Florencia de la ve es primera vedette en calle corrientes y el grupo Miranda! juega con la ambigüedad mostrando hombres “heterosexuales” con brillitos en la cara. El corrimiento del modelo rígido de años anteriores facilita que la salida del closet sea cada vez más precoz y menos problemática, aunque no por ello inocua.
Como conclusión de este trabajo quiero decir que la única forma de ser normal es siguiendo nuestra propia norma, la de cada uno y que esa norma no es más que el resultado de todo aquello que uno pueda construir explorando sus fueros más internos y echando luz a los costados oscuros. Abrir cada armario que uno construye es una tarea tan ardua como satisfactoria. Construir la propia realidad es tocar la propia música, es un acto de liberación genuino, es aquello por lo que vale la pena vivir, es responder a la negatividad con orgullo, es ser únicos, irrepetibles y maravillosamente singulares.