domingo, 24 de febrero de 2008

Para el puto lo que es del puto


Todo más que bien con que todos estemos más abiertos, que todos seamos re freakys, posmos y la mar en coche, pero como dice la canción “asumirse los fueros es no dictaminarse” y hay cosas que para poder hacerlas hemos puesto cuerpo y alma. Hay momentos en que esta cultura light tiende a ocultar, a no hacerse cargo de las cosas valiéndose de un discurso por demás disperso.
Resulta que ahora podés vestirte de mujer, encamarte con otros tipos, participar de fiestas homoeróticas y todo simplemente llamándote “hétero flexible”. Eso es simplemente adornar con palabras para revista de tendencias lo que antes también se hacía y también es una forma de disolver las posibles consecuencias reales de hacer todo eso.
Yo sostengo que ser gay es algo que va mucho más lejos de acostarse con alguien. Es una construcción, algo que se forja desde la experiencia. Es una actitud de vida y todo lo demás. Pero digamos también que hay cuestiones que son específicas y que siempre tendieron a ser borradas, que se las ha silenciado obstinadamente. Callarse estas cosas o hacer un juego de palabras para no decirlas del todo no es una forma de complicidad?.
¿Qué pasa cuando un hombre hétero se acuesta con otro hombre y se autodenomina heteroflexible por no llamarse puto? Es comodidad?? Es miedo?? O es un simple tipo al que hoy le pintó el homoerotismo pero eso no determina una crisis de identidad?? Difícil de dilucidar el asunto. Yo por mi parte creo que los grises en estos terrenos es como dar rienda suelta a seguir creando zonas pantanosas en las que nadie es nadie. Es como una solución acomodaticia para tener los beneficios de pertenecer sin cargar con los problemas y responsabilidades de ser. Pareciera que da un poquito de miedo correrse el american dream que te asegura la casita y el auto a cambio de la papá y la mamá con los dos hijitos (preferentemente rubios). Papá y mamá siguen pesando tanto en nuestra cultura de hoy!
Yo no hablo de encasillarse, pero ¡ojo! porque una palabra bien dicha, a veces, es una única posibilidad de ser y de existir como tal. “Es una virtud, es dignidad y es la actitud de identidad más definida”.
Sería necio yo si no considerara también que las tan mentadas identidades GLTB ya necesitan revisión, que también están ya en peligro de ser estancas y, lo que es peor, funcionales al sistema. De todos modos creo que hay cuestiones específicas que necesitan ser aclaradas porque aportan un sentido constructivo y van despejando la complicidad al silenciamiento. Además, cómo cambiar algo si no se empieza asumiéndolo? Sólo siendo puto podré cambiar la putez.
Muchas veces me argumentaron que no es necesario ponerse un cartel que diga “Soy PUTO/ TORTA/ ETC.” No, claro que no pero sin embargo que eso no sea una buena excusa para no estar, para no comprometerse, para borrarse y para finalmente no existir.
Yo me pregunto, estos hétero flexibles comentan mientras juegan al fútbol que se chuparon una pija? O se lo guardan para sostener el status quo? Cómo construyen la flexibilidad? Con la tan mentada “discreción”? La valentía es mirar a la luz, salir a sol con la entereza de un semblante libre.
Como si todo esto fuera poco, horas y horas de reflexión, numerosas situaciones incómodas y más de un quilombo nos hemos ganado los putos para luego tener el privilegio de ser nosotros los que, cuando nos agarraba la loca, teníamos el privilegio (conseguido en buena ley) de ponernos una mini de brillos con tacos aguja. Pero ahora parece que es tan sencillo como andar en calzoncillos y cualquier hijo de vecino pulula con una estola de visón y después se va a jugar al fútbol como si nada, sin cuestionarse ni medio. Es tan sencillo? Andan cambiando boxers por tangas como si nada pasara?
Ojo con alivianar las cosas, que bastante peso específico tienen y sólo desde ese peso ESPECÍFICO se las puede considerar, pensar y manejar, es decir modificar para ser un poco más libres.

"En tiempos de crisis, tiempos de definición, la ambigüedad puede parecerse demasiado a la mentira"
(Eduardo Galeano)

viernes, 22 de febrero de 2008

La Isla del Sol


Sí, es la misma de la canción. Tan bonita como se la describe, sólo que el mar es nada más que una cuestión de rima. A esta isla la rodean las azules, transparentes, turquesas, verdes aguas del imponente lago Titicaca.
Una buena previa para llegar a la isla es el pueblo de Copacabana. Pintoresco, con aires de balneario pero albergando una cultura ancestral. Artesanos, ferias, restaurants con música y una catedral imponente para los devotos de la virgencita.
Subiendo a pequeños barquitos, el paisaje del Titicaca amplifica sus ribetes, sus colores y sus formas a medida que uno se acerca a la isla y se aleja del continente. Antiquísimas barcas de totora decoran un agua que no tiene pudor de ostentar su fondo para los que anhelan la maravilla de contemplarlo.
Tras desembarcar en la Isla del Sol, el paisaje se ofrece rústico, precario (al menos en la parte norte). Pequeñas playas son cortejadas por inmensas montañas sembradas y por las aguas del Titicaca. Sobre ellas la escena toma como protagonistas a turistas entusiastas que toman sol, que conviven con total naturalidad con cabritos, cerdos y burros que pastan y se pasean calmos de aquí para allá.
Al subir la montaña, antiguas ruinas de los Incas sorprenden al visitante: la mesa de sacrificios, el laberinto de piedra y la cara de Viracocha, dios creador según su cultura.
Entre el azul del lago y el verde amarillo de la montaña, se asoma un sendero de piedra que se pierde entre las cuestas arriba con una indicación de dirección sur. Ése era el camino mediante el cuál los Incas circulaban por la isla. Camino difícil, arduo, constantes subidas y sin un centímetro cuadrado de sombra (en ese momento comprendí las razones del nombre de la isla). Sin embargo, los paisajes que ofrecía el recorrido deslumbraban y el frío de las brisas del Titicaca contrastado por el sol abrasador, que hacían que el cuerpo se debata entre la calcinación y el congelamiento, se dejaban de lado para entregarse a la contemplación de las creaciones de Viracocha.
Más de tres horas y media de dura caminata para llegar al sur y otras tantas para volver. Agotadora travesía para estar a más de 4000 metros de altura.
Lamentablemente el avance de la noche y la necesidad de no estar en camino cuando anocheciera, con la correspondiente amenaza de que bajara bruscamente la temperatura (ya conocíamos el frío del altiplano para ese entonces) y desapareciera por completo la luminosidad, nos obligó a emprender el retorno a 20 minutos de llegar a destino. Seis horas continuas de caminata, pero retornamos justito con la luz. El camino valió la pena, pero me queda la espina de lograr el objetivo para la próxima vez.
Para aquellos que vayan a visitar la isla, recomiendo salir a hacer la caminata bien temprano a la mañana para llegar al mediodía, almorzar, descansar y volver (el total de horas de caminata es entre 7 y 8 con camino complicado). Otra opción que también está buena es tomar una lancha al mediodía hacia el otro lado, recorrer dos horitas y volver caminando. El camino de ida y vuelta es el mismo y con hacerlo una vez alcanza. Eso sí, vale la pena el esfuerzo de caminarlo, es muy hermoso. De cualquier otra forma el tiempo va a resultar insuficiente.
Hablar de la Isla del Sol sería incompleto sin mencionar al “Hostal Cultural”, del que nunca pudimos dilucidar la musa que inspiró el nombre. Con la ducha en la vereda de enfrente de dónde dormíamos (sí, crucé la calle con el toallón, saludé a las vecinas y todo calzón en mano) y con una habitación depósito de muebles viejos fuimos recibidos durante la noche por más de diez arañas de diversos tamaños desperdigadas por los techos. El consecuente llamado al “conserje” que, trapo en mano, mató dos arañas y dijo la frase célebre de las vacaciones: “Pero si estas no pican!”. A continuación, cambio de cuarto (compartiendo, obviously) y entrar al dormitorio de alguien que ya estaba acostado con cara de feliz cumpleaños y diciendo: “Buenas noches, hoy dormimos todos juntos”.
Para volver otro traspié con el barco que nunca quiso salir al horario estipulado, así que a saber que todo plan está sujeto a muchos y diversos factores. Por lo demás, una experiencia hermosa y necesaria, imprescindible para conocer Bolivia.

miércoles, 20 de febrero de 2008

El salar de Uyuni: Un beso celeste


Es difícil de describir. Uno suele valerse de coordenadas o categorías más o menos cognoscibles para abordar esta tarea. El salar de Uyuni, sin embargo, escapa a toda categoría conocida. Es un imperativo a la imaginación.
Salimos de mañana con un sol boliviano que, como siempre, entremezclaba su calor que calcina con el aire congelante del altiplano. Subimos a la 4x4 y, tras atravesar las pequeñas y remotas dimensiones del pueblo de Colchani, la primer parcela de sal se dejó ver sin lograr ser un verdadero anticipo de lo que vendría.
El salar estaba inundado y de entrada parecía un gran mar de aguas levemente oscuras, nada del otro mundo, pero al rato empezó a verse lo que jamás me imaginaba que vería.
A medida que nos acercábamos al hotel de sal (absolutamente todo construido en sal, incluidas mesas y sillas), la profundidad del agua iba bajando y, gracias al blanco del suelo, se formaba un espejo de nada menos que 12.000 km2.
El salar de Uyuni es lo más parecido que me puedo imaginar al infinito. En un beso celeste, es la comunión perfecta entre el cielo y la tierra. La maravilla óptica hace que el horizonte desaparezca por completo y el mundo sea todo uno: sin cielo y sin tierra. Todo espacio, todo multiplicación. Si el paraíso celeste existe, sin dudas queda en Uyuni.
Al infinito celestial que el salar ofrecía a lo lejos, se sumaba un impresionante suelo que combinaba el blanco más puro con el brillo plateado de los cristales salinos que se encendían al reflejo del sol, a medida que uno avanzaba caminando.
Con las zapatillas en el agua y obligados anteojos negros para poder ver, recorrí el infinito, pisé las nubes y caminé por el cielo.
Todo aquel que viaje a Bolivia procúrese tiempo y un billete para conocer esta maravilla sin precedentes. Eso sí, reserven, hagan fila nocturna o consigan como sea un pasaje en tren para llegar porque la ruta que se hace en bus es la más peligrosa que conocí en mi vida.

viernes, 1 de febrero de 2008

Pasaje de ida


El destino es incierto. Es la distancia entre los planes y los requisitos para cumplirlos. La cuestión es saber detenerse. Mirarse a uno, tratar de comprender el contexto y armarse nuevamente si es necesario. Lo importante es la libertad de dejar estos días cotidianos por otros destinados a crecer, a liberarnos de algunas verdades de esta cultura y tomar las de la otra cultura.
No sé cuáles serán los caminos que voy a recorrer, ni por qué medios. Todo plan está puesto en duda y hacia eso partimos. Sí sé que dentro mío llevo las ganas de hacer, las ganas de lo otro y un lujo de compañera.
Nos veremos a la vuelta, aunque sólo tengo el pasaje de ida.