
Apenas un rato pasado el 12 de octubre y yo que venía con ganas de armar un post que hablara sobre la iglesia. Evidentemente ésta es una buena oportunidad. Sin dudas el día de la raza ha sido una de las mayores farsas de la historia de la humanidad. Aún recuerdo cuando la maestra nos decía en el colegio que los aborígenes eran algo así como tontos que entregaban oro por espejitos y que necesitaban la palabra de Dios porque eran salvajes, que debían ser civilizados. El hombre europeo, superior, por supuesto, había asumido esa función. Biblia y espada en mano, trajo la "verdad" y la "ley" (acompañadas por un poquito de muerte, apenas un continente, nada más).
Nunca se habló de las culturas que florecían en América. Jamás se dio cuenta de la infinidad de tradiciones y cosmovisiones que se habían construido de este lado del mundo. Nunca se dejó espacio para otras verdades, es que ése es el concepto sobre el que se construye el dogma, no hay verdad más allá de Dios. No hay razón, no hay pregunta, sólo hay fe. Es una de las formas de violencia cultural más fuertes que he conocido. Negarle a un ser humano la pregunta, por supeditarla a la fe, es la forma de anularlo más profunda, porque el pensamiento es el elemento fundante de toda cultura.
El continente americano estaba poblado íntegramente por una diversidad de culturas, razas y pueblos aborígenes cuya sangre, evidentemente se derramó (en nombre de Dios, claro). Hoy día en América esa sangre ya no está. No late más en nuevas generaciones sino en números muy escasos y, por supuesto, vilipendiados por todas las formas de violencia cultural y, además son propiedad de Benetton o de Tinelli.
Hoy somos casi todos descendientes de europeos. Los muertos siguen acá, la sangre corre por los ríos, se alberga como parte del paisaje, pero en la escuela festejamos. Flameamos la banderita nacional y bendecimos millones de muertes civilizadas para salvarnos del salvajismo aborigen.
La prohibición de las lenguas aborígenes y la evangelización fueron los dos pilares sobre los que se construyó la matanza más grande de la historia de la humanidad. Aún después de 515 años, se siguen silenciando, tradiciones, folklore y representaciones culturales originarias.
Siguiendo esta línea de participación eclesiástica es claro que la iglesia no trabaja precisamente para el amor, por lo menos no para el amor humano, capaz para el amor a la sangre, para el amor a las víctimas y, eso sí, para el amor a la única verdad! Las consecuencias nocivas de la iglesia son muchas. En primer lugar retomo la idea del dogma e insisto: Negar la capacidad de pregunta es negar la condición humana más básica, el pensamiento. Es negar también la posibilidad de discurrir, de disertar, de polemizar y por lo tanto de proponer, de ser libres, en tanto sujeción a la estructura de poder más fuerte: la idea del bien.
Otra cuestión que también es crucial en torno a la ideología cristiana es la apropiación del cuerpo. El diablo, desde el mito de la creación de Adán y Eva, sitúa en el cuerpo de la mujer, en su carnalidad, el pecado, la tentación, la serpiente, lo prohibido y, por lo tanto, la consecuente expulsión del paraíso. La oposición a esa imagen pecaminosa es la virtud, la imagen asexuada, desprovista de carnalidad de la Virgen María. El cuerpo es tomado como corrupción, porque es lo que muere, en oposición a un Dios que se supone eterno. El cuerpo, la materia es para la iglesia lo que hay que abandonar, lo que tiene que martirizarse para lograr la eternidad. Detrás del cuerpo se juegan cuestiones claves en torno del poder.
En primer lugar, se controlan y regulan los nacimientos. En segundo lugar, se reprime, encasilla o anula el deseo, que es siempre la faceta más libre, incontrolable e irracional de una persona. La operatoria de la iglesia en el dominio del cuerpo y del pensamiento tiene que ver, para peor, con una apropiación que lucra con la muerte, la desesperación e incertidumbre más grande de la humanidad. Ser virtuosos para conseguir la salvación. La iglesia intérprete de la tierra y el cielo, sosteniendo un diálogo imaginario con un más allá que nunca se podrá reponer. El sustento de este perverso sistema es proponer la noción de virtud a fin de conseguir dicha salvación. La idea de un ser humano virtuoso, en oposición a uno envilecido es el principio de superioridad racial básico y fundamental de todo nazismo y política fascista y racista: la diferencia es algo que hay que eliminar en función de una única verdad, que es Dios y que, además, es proveedora de virtud y salvación.
Las creencias de las personas en función de si hay o no un Dios, son menores en esta discusión. La polémica es de sesgo principalmente institucional y relativa a los grupos de poder. Sin embargo, considero que también es pertinente que cada uno se haga cargo de la institución a la cual suscribe con sus acciones. Hablar de las muertes provocadas por la iglesia durante la historia, no es ofender las creencias de nadie que no crea que esas personas debían morir.
“La única iglesia que ilumina es la que arde” proclamaban los anarquistas y yo a esto lo leo como una forma de quemar la idea de sentido único. Las iglesias se presumen dadoras de verdad, proveedoras de salvación e instauradoras de una virtud que pone a una persona por sobre otras. Quemar la idea de unicidad absoluta es abrir ese juego a las diferencias y es iluminarse uno mismo sumando la luz propia, con la de los demás. Nadie nos ilumina sino nosotros mismos, desde nosotros, entre nosotros y para nosotros. El sentido no está dado, lo debemos historizar, desnaturalizar y problematizar para poder transformarlo.Yo repudio abiertamente a las iglesias (a todas, no sólo la cristiana) propongo reconstruir los sentidos humanos desde los hombres y nuestras posibilidades, sin negarnos los cuerpos, ni el pensamiento. Me cago en una moral que anula las diferencias y, por sobre todo, invito al ejercicio de memoria porque a partir del día de ayer, nada más ni nada menos que todo un continente fue avasallado en nombre de Dios.