miércoles, 5 de diciembre de 2007

El muerto se fue de rumba


La interacción con los amig@s, los padres, los vecin@s, los compañer@s de trabajo y con la sociedad toda, exige que cada uno de nosotros establezca un lugar desde donde abordar al otro, desde donde posicionarse, afianzarse y participar de ese devenir cotidiano al que simplemente llamamos vida. Esos lugares que cada uno construye responden a las demandas sociales que se encuadran en esa interacción. Es así que deben brindarnos la posibilidad concreta de establecer vínculos sostenibles con todos aquellos con los que cada uno se quiera relacionar. Esos lugares, que son lugares comunes (por pautados y por sociales), son los que determinan la identidad o posicionamiento como “ente” identificable, único e irrepetible de cada uno de nosotros en el medio que nos rodea. Estos lugares comunes, están construidos según determinadas pautas legitimadas socialmente que cada sujeto debe seguir en función de detentar una identidad que el colectivo social abordará como legítima, verdadera, valiosa, sana, normal, respetable, entre otras.
La posibilidad de discurrir como subjetividades deseantes, múltiples, diversas queda frustrada en tanto cada sujeto se enfrenta con la necesidad de pertenecer a una inmensa mayoría que con una voracidad insospechada devora las particularidades de cada sujeto en función de la construcción de un patrón de identidades posibles. Este proceso de adaptación, de subyugación y de diferencias borradas, implica necesariamente esconder todo aquello que no responda a las normas sociales imperantes. En ese acto de esconder, es que se constituye la idea de un closet o armario en que se guarda todo aquello de uno que no es socialmente mostrable, pronunciable, aceptable y por lo tanto no pasible de hacer circular y poner de manifiesto como potencialidad creadora y generadora de crecimiento.
Ahora bien, ¿por qué pensar específicamente en un placard o armario? Es parte del folklore popular el dicho “Todos tenemos un muerto en el placard”, entonces podemos pensar a ese muerto como aquella identidad a la que no hemos dejado vivir por responder al “deber ser” impuesto por la sociedad en que vivimos. Ese muerto, eso que tenemos guardado o escondido es la representación de lo sórdido, es lo que está signado por la dupla prohibición – castigo, lo indecente y moralmente peligroso, y por lo tanto lo que excluye y margina al sujeto en cuestión. Debemos considerar que existe sociedad en la medida en que existe simbología, representación sígnica de la realidad y consenso a partir de ello, como acto fundacional de la cultura. En este sentido, debemos tener en cuenta que la valoración negativa de un conjunto determinado de modos de ser, situarse o ejercer el deseo, instrumentada desde la palabra, tiene un alcance fundamental e intrínseco en el sujeto ya que la palabra es el acto constitutivo primero del sujeto como tal. Entonces, si la palabra es un acto constitutivo de mundo posible, la palabra negada es la palabra imposible y en consecuencia el mundo que no se puede vivir. La posibilidad de abrir el placard, es decir de mostrar el mundo oculto, dependerá de la palabra, de decir lo impronunciable, y en ese sentido es un acto de transformación radical del mundo, transforma el mundo imposible en posible y, por lo tanto, es un acto fundacional en sí mismo.
Asumir el riesgo de incidir en la realidad a través de la enunciación es prácticamente una tarea cuasi titánica, pero posible. Hay que luchar cuerpo a cuerpo contra miedos, frustraciones, desvalorizaciones, (auto)mentiras, palabras que resuenan negativamente y que, para peor, muchas veces fueron pronunciadas por nuestros seres más queridos y entrañables. Toda una historia de imposibilidades y sueños más o menos realizados confluyen como empujes y contrapesos que simultáneamente invitan y rechazan que, como un volcán, la palabra erupcione urgente e impostergable.
El “coming out” es el acto de apertura de ese placard, es la pronunciación, es la constitución del nuevo sujeto. Este concepto proviene de la voz inglesa “come out of the closet” que en castellano se traduce como “salir del armario”. La apertura de ese closet es lo que nos interesa pensar, ya sea desde los alcances que tiene, como de las posibilidades de ser concretada en la sociedad en la que vivimos actualmente.
Retomando el movimiento de apertura del armario, considero importante señalar que la pronunciación y apropiación de lo negativo conlleva la transformación de la carga valorativa puesta sobre lo antes oculto en el placard, positivándolo. Al cambiar dicha carga se construye otra realidad y por ende el sujeto funciona socialmente desde otro posicionamiento y pone en crisis los lugares comunes al ejercer lo imposible, lo nefando, es decir lo que no se enuncia y lo que da repugnancia. La construcción de nuevas realidades, el nuevo espectro de posibilidades ponen al sujeto como actor de sus propias circunstancias y sucesos y por lo tanto dotan de vida al muerto del armario, que ahora comienza a vivir como un sujeto deseante. Nuestro muerto empieza a ver la luz, la explora, decide, superó la clandestinidad. Ya no está quieto, ahora camina, baila. Nuestro muerto se fue de rumba diría la canción. Este muerto ya no está estanco, podrido, ni lleno de moscas. Ahora opera sobre la realidad, va con su música por todas partes y deambula por la calle entre la gente. Nuestro muerto ya tiene vida.
En esta idea de movimiento, es muy interesante y conviene acotar, en función de pensarla con mayor detenimiento, que “Coming out” es un gerundio, es decir una acción en transcurso, un discurrir en el tiempo. De este modo es que el tránsito de lo oculto, transformando la realidad, se plantea como infinito ya que se reactualiza con cada persona o ámbito nuevo en que interactuamos.
El coming out de un sujeto conlleva que al contacto con el otro ya sea amig@, familiar, compañer@ de trabajo, etc. éste último deba poner en cuestionamiento sus prejuicios, valoraciones y miradas sobre lo diferente que implican una desestabilización de lo preestablecido. Esto es así ya que en el acto mismo de la enunciación cada vez que se dice “yo” entonces se postula un “tú” y un “él” que existen sólo en función de esa primera persona. De ahí se desprende que cada vez que “yo” se transforme necesariamente deberán hacerlo “tú” y “él”.
Como dijimos anteriormente, son muchas las pautas legitimadas socialmente que cada persona debe cumplir si quiere acceder a ciertos “beneficios” que ofrece nuestra sociedad a cambio. Así, ser heterosexual, o sea preferir a personas del sexo opuesto, es una de las características de lo que se conoce como “Héteronorma”. La héteronorma implica no sólo ser heterosexual, sino también la manera de comportarse. Así, para acceder a los beneficios civiles del matrimonio además de elegir a alguien del sexo opuesto, hay que prometerle fidelidad, convivencia, descendencia, amor eterno, etc. Es decir hay que acogerse (¿o no cogerse?) a las reglas que implican hacer del amor y su discurrir una institución, que como tal es fija. Poder reflexionar estas cuestiones y confrontarlas con la realidad deseante de cualquier sujeto implica ver que los armarios donde guardar la subjetividad identitaria son muchos y cada puerta que se presenta requiere ser abierta con mayor o menor facilidad. Esto hace del coming out un proceso ad infinitum, es esa necesidad de no estancarse, sino de afianzarse, de no detenerse, sino de avanzar.
Sería incorrecto dejar de lado que este proceso, este paso hacia una instancia de circulación social desconocida suele venir acompañada de complicaciones relacionadas con los espacios de sociabilidad del sujeto en cuestión. La soledad como amenaza y la falta de actores que sirvan de soporte o sostén frente al peso del cambio, a través de grupos de contención y pertenencia son dos variables generalmente presentes en este tránsito. Es amenazante la aparente fragilidad del yo frente a la coacción del colectivo social, frente al peso del hecho social.
Si tomamos la salida del closet en nuestra sociedad actual, aparecen diversas y novedosas variables que hasta hace unos años eran impensadas. En primer lugar, el auge de internet posibilita un acceso a la información antes inédito. Esto permite que un adolescente utilizando cualquier buscador o sala de chat ya puede estar en contacto con iguales, aunque sea virtualmente. Así, también se facilita la posibilidad de conseguir direcciones de lugares adonde acercarse a buscar información o conocer gente.
No se puede ignorar tampoco que nuestra sociedad “light” superficialmente es más permisiva con las parejas del mismo sexo, ya no tanto con las travestis o trans. Así, ya no es tan raro ver hombres o mujeres besándose en tv en horarios centrales, Florencia de la ve es primera vedette en calle corrientes y el grupo Miranda! juega con la ambigüedad mostrando hombres “heterosexuales” con brillitos en la cara. El corrimiento del modelo rígido de años anteriores facilita que la salida del closet sea cada vez más precoz y menos problemática, aunque no por ello inocua.
Como conclusión de este trabajo quiero decir que la única forma de ser normal es siguiendo nuestra propia norma, la de cada uno y que esa norma no es más que el resultado de todo aquello que uno pueda construir explorando sus fueros más internos y echando luz a los costados oscuros. Abrir cada armario que uno construye es una tarea tan ardua como satisfactoria. Construir la propia realidad es tocar la propia música, es un acto de liberación genuino, es aquello por lo que vale la pena vivir, es responder a la negatividad con orgullo, es ser únicos, irrepetibles y maravillosamente singulares.

7 comentarios:

Adrian Pegaso dijo...

Tal vez, antes de seguir elaborando el concepto de que metodo de ser normal elegir o simplemente ser como uno es, habria que preguntarnos que es realmente ser normal. Comparandonos con quien o con que?

Y ahi creo que tenemos posts y comentarios diversos como para entretenernos un buen rato.

Bexos
Ad

Hisae dijo...

La vida es más fácil, o al menos debería ser más fácil que todo esto. ¿Esconder? ¿Por qué? ¿Qué hice de malo? ¿Nacer, tal vez? Abramos las puertas, déjennos ver el sol, la luz... quiero oler la vida... Tú, ni él, ni aquella son nadie para encerrarme nunca más en un armario.

Mis besos libres...

Currito dijo...

Nunca entendí por qué hemos salir del armario. Yo prefiero una despensa, que al menos me entretenga comiendo chocolates mientras estoy dentro. Bueno, fuera cual fuese, yo ya hace que salí. En mi caso, como soy tan pequeño, salí del cajón del aparador del salón. Un beso.

# dijo...

Chris, Erwing Goffman habla mucho sobre este tema de las identidades. Para la facu me tocó preparar el tema del interaccionismo simbólico. Goffman sostiene que hay dos tipos de identidades: escenario y bastidores. Creo que el sujeto (sujeto a normas sociales, diferente al concepto de individuo) convive con dos dimensiones que articula de acuerdo a su ubicacion en un campo determinado (Pierre Bourdieu). Pero la homogeneizacion de las particularidades es funcional a la politica para poder dominar mejor y al mercado para unificar los gustos y masificar los consumos.

In-te-re-san-ti-si-mo el tema de las identidades y los intercambios simbolicos.

Abrazo!

Christian dijo...

Adrián: Claro que es así... justamente "la única forma de ser normal es siguiendo nuestra propia norma, la de cada uno y que esa norma no es más que el resultado de todo aquello que uno pueda construir explorando sus fueros más internos y echando luz a los costados oscuros"

De eso se trata, de abrir esos costados... es digamos, una actitud de pregunta frente a las cosas antes que de respuesta... Gracias por darte una vuelta...

Mario: Debería ser mucho más fácil, pero no lo es... Abrir las puertas a veces es difícil por el afuera, a veces por nosotros mismos, por reconocernos, que es tan complejo, no?

Currito: Jaja, claro capaz una despensa sería mejor, podemos comer algo mientras estamos adentro, pero supongo que será armario para hacernos más idea de lo encerrados que estamos...

Ale, que bueno tu aporte!! mil gracias!!

M9 dijo...

Correctamente correcto. La norma que más se tiene que cumplir es la que forjamos nosotros mismos. Lo normal es tan relativo, las naturalezas (creo yo) son puramente individuales.
Te mando muchos saludos, vos habías comentado en mi NO popular blog y nunca te respondí ni nada por el estilo, ahora si.

Matías.

Christian dijo...

Matías... sí sí es la norma propia porque tenemos que aprender a construirla. Es como si fuera un código afectivo interno, una manera de quererse para luego postularse como único. Ahí nuestra norma necesaria y no la norma limitante.
Saludos para vos Matías!

Chris